Pàtria, mostrencos ovoides

Ante todo, las cartas sobre la mesa: soy el equivalente de la crítica cinematográfica al típico cuñao que baila en las bodas. Que no os engañe el envoltorio. Si estoy escribiendo en un blog de esta categoría no es porque tenga ningún tipo de conocimiento sobre cine y menos aún un criterio a tener en cuenta. El único motivo por el que estoy aquí hoy es porque fui la única persona que accedió a ir al preestreno de Pàtria, la primera película épica catalana. Sacrificios que tiene que hacer uno para que le inviten al pase de Wonder Woman.

Amistades del director, parte del equipo técnico, mecenas de la campaña de Verkami con la que se financió el film y otros invitados formaban una enorme cola frente al Aribau Club hasta dar la vuelta a la calle. Casi todos vestidos con sus mejores galas, contrastando fuertemente con mi camiseta de Cálico Electrónico, mis vaqueros rotos, mi bandolera y mi aspecto desaliñado.

Oía murmullos por aquí y por allá: gente comentando el enorme trabajo que ha llevado producir la película, un par de incautos que no parecían saber muy bien dónde se metían buscando en Wikipedia información poco antes de entrar en la sala y a un señor muy motivado diciéndole a sus amigos que Pàtria sería una mezcla entre El nombre de la rosa y Braveheart a la catalana.

Al entrar, me preguntaron si llevaba acompañante. Qué más quisiera yo. Al menos, me consolé pensando en que al no ser un pase de prensa matinal podría comer palomitas cual gorrinazo. Al comprar el bol y la bebida más grandes del menú, caí en la cuenta de que seguramente era la única persona que había comprado palomitas aquella tarde y de lo gañán que iba a quedar. Pero ya era tarde para los arrepentimientos.
Pàtria

Buscando asiento, el acomodador me prohibió el paso a las butacas más apetecibles que quedaban libres y me sentó en el peor lugar de toda la sala. Como llegué tarde por haberme entretenido comprando las palomitas tampoco había mucho sitio donde escoger. Lástima que tuviera que tocarme precisamente al lado de un señor más rancio que el programa de Bertín Osborne. Al verme colocar la bebida en el posavasos y haciendo malabares para sentarme sin tirarme las palomitas encima, noté cómo su mirada fulminante no expresaba otro pensamiento que no fuera «joder, putos millennials…».

Entró en escena Joan Frank Charansonnet, director de la película y la clase de persona que claramente ha editado su propia página de Wikipedia. No, en serio, echadle un ojo. Hay un cero por ciento de posibilidades de que la haya escrito alguien que no sea él mismo. Se puede ser más sinvergüenza, sí, pero hay que entrenarse a fondo. Sus primeras palabras fueron de agradecimiento hacia todos los presentes, las segundas fueron para quejarse de la gente que había ido a comprar palomitas.

Nos contó que el proyecto de Pàtria nació de un sueño por no sé qué cosas de su abuela, que el proceso había sido muy gratificante a la par que duro y nos pidió al público que si nos gustaba la cinta (y si no, también), repitiéramos el día del estreno y pagáramos por verla. Instantáneamente después de dicha petición, hubo un aplauso ensordecedor. Supongo que fue la sutil forma de los asistentes de decirle que no, que ni de coña íbamos a volver a verla y menos aún pagando. Pero de buen rollo, eso sí. Aquel aplauso era lo único con lo que le íbamos a recompensar el esfuerzo.

Su discurso terminó, como no podía ser de otra manera, con un pequeño alegato a la independiencia de Cataluña. Durante unos segundos temí que la cosa pudiera ponerse demasiado reivindicativa y nuestro presidente tuviera que tomar cartas en el asunto sacando los tanques a la calle e irrumpiendo en la sala para salvaguardar la unidad de España. Obviamente no ocurrió nada de eso, pero después de hora y pico de sufrimiento casi hubiera preferido a los tanques.

Pàtria

Pàtria nos cuenta la poco conocida leyenda de Otger Cataló, personaje de quien se dice que deriva el nombre de Cataluña. Los problemas principales de esta leyenda son que ni había dinero para contarla bien ni su historia daba para llenar 100 minutos. Por tanto, la mayor parte del metraje consiste en una trama paralela en la que un noble catalán pasa sus últimos días en un monasterio contándoles esta leyenda a un grupo de monjes que se encargarán de transcribir sus palabras para que puedan transmitirse a futuras generaciones.

Aquí sí. Aun a riesgo de quedar como puto millennial, reconozco que casi me dormí nada más empezar. Los primeros veinte minutos de la primera película épica catalana de la historia consisten principalmente en dos señores mayores hablando de sus movidas en un monasterio. Y debido a un insufrible doblaje (en la propia versión original catalana, ojo) costaba horrores seguir el hilo de la conversación. No es que necesite estímulos visuales loquísimos ni escenas de acción cada cinco minutos —disfruto como el que más de propuestas como The Young Pope—, pero si como director quieres jugártela a empezar tu obra con un ritmo pausado, por lo menos sería un detalle que se entendieran los diálogos.

Dentro del monasterio tienen lugar unas cuantas subtramas que no sólo no van hacia ninguna parte sino que además parecen totalmente fuera de lugar. Desconozco cuál sería la intención del director a la hora de contárnoslas y cómo encajan temáticamente con el resto de la cinta. Quizá me perdí algo. Quizá sólo querían llenar minutos a toda costa. Hay que admitir que estas escenas provocaron la mayor parte de las risas incómodas del público y que seguramente fueran los únicos momentos realmente disfrutables del film, ni que fuera sólo por la comedia involuntaria.

Hay que decir que el señor de la cola tenía razón. Pàtria es, en efecto, un cruce entre El nombre de la rosa y Braveheart. El problema es que se parece a la primera en las escenas dobladas para DVD de la versión extendida y a la segunda si estuviera producida por The Asylum. No me gusta echar leña al fuego, de verdad que no. Sé que el presupuesto no habrá sido precisamente holgado y que la cosa no daba para más. Eso podría justificar lo parcas que son las escenas de batalla, con apenas tres o cuatro extras dándose tortas de fondo, pero no el exceso de cámara lenta, la falta total de imaginación y la pereza en las coreografías.

Pàtria

Hay películas más baratas que ésta que lucen muchísimo mejor. Y eso ya no es cuestión de presupuesto, sino de talento. Exceptuando algún plano molón grabado con drones, se puede decir que la calidad técnica de la cinta es equiparable a la de un videoclip de los Mojinos Escozíos. ¿Os pensáis que estoy exagerando? No es verdad. Y para demostrarlo, os pido que echéis la vista unos párrafos atrás y volváis a mirar la segunda imagen de este artículo. No, no es de la película. Sí, es de un videoclip de Mojinos. Y efectivamente, el hecho de que no os hayáis dado cuenta hasta ahora indica que no voy muy desencaminado.

Irregularidades en el ritmo, calidad técnica chusquera y actuaciones lamentables —en este último punto no merece la pena profundizar: todos los actores están nefastos por igual— a un lado, si nos centramos en el guión la cosa tampoco está muy allá. Si contase con 200 millones de presupuesto, la rodase Peter Jackson y estuviera protagonizada por actores de primera fila, Pàtria seguiría siendo un excremento cinematográfico de proporciones bíblicas.

Para cuando entramos en la recta final, la mandanga empezó a coger ritmo y empecé a darme cuenta de que Pàtria en general está impregnada de un subtexto peligrosamente parecido al de los spots de Plataforma x Catalunya, después de otra buena dosis de efectos especiales cutres, cámara lenta a punta pala y batallas coreografiadas con el ojo del culo, los últimos minutos se hacen especialmente inaguantables. Sin ánimo de entrar en destripes, imaginad que la sucesión interminable de falsos finales de El Retorno del Rey estuvieran protagonizados por gente moribunda agonizante mal doblada y que habla despacio entre esputos varios. Por suerte, en algún momento, todo termina.

No me malinterpretéis, se nota que Pàtria está hecha con pasión. Esto no lo digo a modo de piropo, es que es de cajón: una mierda de este calibre o la haces con toda la pasión del mundo o no te tiras más de un año trabajando duramente en ella. Los huevos del señor Joan Frank Charansonnet son dignos de elogio. No me cabe duda de que, por muy grande que sea su casa, habrá sido inevitable verse en la necesidad de tener que tirar un par de tabiques para que le cupieran semejantes mostrencos ovoides en ella. Este director es un personaje entrañable, bienintencionado y con suficientes paralelismos como para considerarle la versión catalana de Tommy Wiseau.
Pàtria

Es más, si no le calcé una hostia al cruzármelo saliendo de la sala por haberme hecho perder dos horas de mi vida fue porque de algún modo me vi reflejado en él. ¿Quién soy yo para quitarle la ilusión a un señor que ha tenido más valor del que seguramente tendré yo en toda mi vida para sacar su proyecto adelante contra viento y marea? Bueno, siendo justos no le calcé la hostia por eso y también porque me distraje comiendo canapés. Estaban malísimos, pero para cuando me di cuenta el tío ya había desaparecido de mi campo de visión. El viejo truco.

Todo esto me pone en un compromiso. Por un lado, Pàtria es sin lugar a dudas la peor basura que he visto en un cine. Por otro, siento la imperante necesidad de recomendaros encarecidamente que vayáis a verla. Estará en cines de forma limitada los días 9, 10 y 11 de junio. Aprovechad. Hacedlo por el director, por los actores, por el equipo, por los sueños cumplidos, por la ilusión, por el trabajo, por los obstáculos superados, por la temeridad demostrada. Por todo eso y por no sentirme yo como el único gilipollas que se la ha tenido que comer con patatas. Haced que me sienta menos solo. Por favor.

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