Roma

Festival de San Sebastián 2018 (Perlas/Sección Oficial): ROMA, VISION y HIGH LIFE

Si hace un par de años alguien nos dijera, visto lo visto, que una de las mejores películas de 2018 iba a estar producida por Netflix, habríamos reaccionado -justamente- con incredulidad. Y, sin embargo, aquí estamos, postrados hacia Roma, una declaración de intenciones de Alfonso Cuarón que solo el tiempo decidirá si es una obra maestra o no. Buenas maneras apunta, desde luego. Pero no es lo único que hemos visto hoy, a tan solo tres días del final del SSIFF (o Zinemaldi, o «Por favor, un Red Bull y un cruasán para desayunar», o como quieran llamarlo).

PERLAS: Roma (**** y ½)

Alfonso Cuarón es un maestro de la planificación. No hay ni un solo plano en Roma que no esté pensado milímetricamente: la posición de la cámara, que no para de moverse sin que lo notemos, como actitud; los actores dirigidos con auténtica maestría; los travelling pensados como viaje interno… Solo en la secuencia de la playa hay más cine que en el resto de lo estrenado en 2018. Y no es gracias al guión o a los actores (o, al menos, no solo gracias a ellos), sino a una dirección histórica, espectacular, épica y que nos demuestra un genio algunas veces infravalorado: el de Cuarón.

Roma

Alfonso Cuarón es, también, un mago de la profundidad de campo. Esto puede sonar naïf, pero es una de las claves visuales de Roma: en ningún plano ocurre solo una cosa. Ocurren dos: la que podemos ver en un primer plano y la de fondo, vitales ambas para comprender el cien por cien del contenido. Roma es estilo, es la sublimación de la forma, es un nuevo viaje en cada nueva escena. Es, sin duda alguna, la mejor obra de Cuarón hasta el momento, pero también la más personal, diferente y única.

No es baladí el uso del blanco y negro en esta película, en la que el director vuelve a su niñez, en los años 70 mexicanos, para lo que recuerda a Cleo, la criada de una familia que supondrá el hilo conductor de una historia de pérdida, ilusiones rotas, mujeres desamparadas, sentimientos, niñez, abandono, alegrías, amor, familia y tristeza. Sutil, nada impostado, Cuarón va desenrollando todo lo que tiene bajo el colchón, mezclando un solo aparente slice of life con una historia en la que los lugares comunes hacen aparición, solo para tergiversarlos y narrarlos a su manera.

Se podrían escribir páginas y páginas sobre Roma, y se las merece todas. Sin duda alguna, una de las mejores películas del año (si no la mejor), para la que vamos a dejar a un lado la polémica con Netflix, algo que puede empañar la calidad del film, que se hace valer por sí mismo. Valga ese «¡Bravo!» de un compañero periodista al final de la proyección como un «¡Bravo!» conjunto a Cuarón por haber salido con éxito del duro examen de revisar su vida y su juventud y regalarnos un trozo de él mismo en dos horas y cuarto prácticamente perfectas. Gracias, Cuarón. Gracias.


SECCIÓN OFICIAL: Vision (***)

Naomi Kawase era relativamente desconocida para el público mainstream hasta que conoció el éxito con Una pastelería en Tokio, con la que recogió premios por el mundo. Tres años después de aquella, ahora visita San Sebastián con una cinta muy diferente: Vision, protagonizada por nada menos que Juliette Binoche.

Vision

En Vision, Kawase ha decidido dedicarse al socorrido tema de la poesía visual: planos muy largos, ambiente taciturno, la forma por encima del contenido y la sublimación de la belleza audiovisual. El problema es que esta poesía, si no tiene una buena base, queda en tierra de nadie, y es lo que ocurre en el film: aunque los planos son muy bellos, y el ambiente está perfectamente recreado, nada de lo que ocurre alcanza a crear interés en el público, que termina yéndose de la sala con la misma sensación que como entró.

¿Podía haber dado más de sí? Sin duda alguna, pero la película se recrea en la relación entre sus dos protagonistas, sus relaciones sexuales y los planos de la naturaleza viva en lugar de explicar un poco mejor su argumento. Las frases bellas, al estilo de «El río de nuestros sentimientos va a dar a la mar del amor regada con la savia de la indiferencia» quedan muy bien cuando no suenan impostadas. En boca de Binoche, que parece pasearse por la película sin muchas ganas, no las compro.


High life (* y ½)

La premisa de High life es interesante y engancha: Robert Pattinson está solo, en una nave espacial a la deriva, acompañado tan solo de un bebé al que debe cuidar para sobrevivir. Entonces, poco a poco, empezamos a averiguar qué es lo que ocurrió para llegar a ese punto. Podría haber sido un filme interesantísimo. Una cumbre de la ciencia-ficción. Pero entonces la película hace un flashback y te cuenta, literalmente, qué es lo que ocurrió. Como mecanismo sutil de explicar la trama es cuestionable.

High Life

Hay que diferenciar, a estas alturas, lo que única película quiere contar y lo que termina contando. High life quiere hablar de la responsabilidad paterna, de las relaciones entre padres e hijos, de la destrucción del ser humano y el homo homini lupus, con unas gotas de sensualidad por el medio. Lo que el film consigue es desdibujar todo tipo de relación que puedan tener padre e hija e introducir algo llamado «el Follatorium», en el que los integrantes de la nave tienen relaciones sexuales con máquinas. Por favor, dejemos de juzgar a las películas por lo que intentan hacer, sino por lo que hacen.

Todo esto puede sonar raro, pero no habéis visto nada: en el transcurso de dos larguísimas horas veremos a Juliette Binoche corriendo por la nave con semen en las manos que acaba de sacar de su cuerpo tras violar a Robert Pattinson, una nave espacial gobernada por perros, una niña que sabe mucho sobre la Tierra a pesar de no haberla pisado jamás o un plan gubernamental consistente en coger un montón de condenados a muerte y mandarles al espacio sin retorno ni motivo aparente. High life podría haber dado mucho de sí, pero en un momento dado decide coger todas las malas opciones posibles. Y así le va.

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