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Festival de Málaga 2018: INVISIBLE y la impaciencia

Si hay algo que caracterice la filmografía de Michael Haneke es la versatilidad del austriaco para manejar el tiempo. Haneke dilata a su gusto el ritmo y ralentiza la escena hasta convertirla en prácticamente estática. En Funny games, sostenía el plano en una imagen fija y renunciaba a la elipsis para que el espectador no despegara el ojo de la pantalla. Por otro lado, el fuego lento de Amour transmitía la serenidad y la senectud de sus personajes. No se hasta que punto Invisible puede acercarse o no a la obra del director europeo, pero como tantas otras cintas vistas durante este festival, la elipsis no tiene cabida, y en este caso, eso no juega a su favor.

Invisible

La vida de Ely, como bien diría Manolo García, ha dado un auténtico giro teatral al enterarse de su embarazo. Con apenas 18 años y con su graduación a la vuelta de la esquina, el día a día de la joven es recogido con absoluto detalle, un transcurso de la semana tortuoso y exhaustivo que ha terminado por desilusionar a una adolescente ahora fría y distante para con su alrededor, carente de ilusión o ganas por nada. La cámara no desvía en absoluto la atención, presionando a Ely en cada momento hasta en la distancia, ya sea en la escuela, en el trabajo, en su casa, en el bus… Mirad, me gusta que una película se tome su tiempo para transmitir emociones, pero en ningún momento se ve que lo que vemos en pantalla sirva para avanzar. Que tengamos que ver cómo Ely debe recorrer hasta tres líneas de bus para llegar de noche a su casa puedo entenderlo como necesario para mostrar el tedio de su vida; que a mitad de la película deba ver como recorre todo el camino que la separa de una localización a otra es una tomadura de pelo que no hace sino sacar al espectador de la película. No estamos ante un retrato costumbrista porque no es una película sobre la nada o la cotidianeidad, ya que hay un gran conflicto latente. Paterson se vale del anclaje temporal y la repetición para mostrarnos la rutina de su protagonista sin renunciar a la elipsis. Hasta Haneke, capaz de alargar una secuencia hasta hastiarnos, corta cuando es necesario. No es algo de lo que huir, es lenguaje cinematográfico. Invisible no hace sino poner nuestra paciencia al límite con escenas absurdas que contribuyen poco o nada a mostrar la angustia de Ely.

Invisible

Invisible puede que quiera presionar a Ely con la cámara, puede que quiera meternos en su piel, y el caso es que lo consigue, mas a cada escena vacía el contenido se diluye más y más hasta que nuestra indiferencia aflora. Desde luego, esta es una película que pide un progreso a fuego lento, centrado las tesituras que afronta la protagonista, si bien hablamos de escenas concretas que fácilmente son conectables a través de una elípsis. El gran problema de Invisible es que su filosofía, otrora planteada para cintas como esta, termina por lastrar el conjunto. Por ejemplo, la secuencia final, tensa y dura emocionalmente por ser la catársis final del personaje, es llevada a la perfección por un plano secuencia que recoge cada detalle y acción; esto funcionaría como un reloj si fuera la excepción que confirma la regla. Sin embargo, hemos estado ante lo mismo durante un metraje excesivamente dilatado, lleno de paja y carente de concisión.

Finalmente, detalles como la apatía de su protagonista, próxima a la asepsia de Lanthimos, o los entresijos de su psique caen en un vacío ante la demasía de relleno de esta cinta. Una oportunidad perdida para una historia de notable potencial dramático.

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