La cura del bienestar

La cura del bienestar, el balneario del terror

Películas sobre balnearios hay muchas pero no conocíamos ninguna que lo convirtiera en algo tan malvado como este, un mal latente que desde hace siglos sobrevive en lo alto de una de las montañas de los Alpes suizos. No es un castillo de Transilvania que tenga como dueño a un famoso conde con afilados colmillos que beba sangre humana, este lugar pertenece a un “mad doctor” que no mata sino cura o eso parece. En La cura del bienestar no hay vampiros pero sí monstruos que por la noche salen tratando de ocultar sus crímenes. Las novias vestidas de blanco son una sola y hace equilibrismo asustada de aquello que vive en el agua ¡ni que estuviéramos hablando de un Gremlin! Tampoco hay gitanos trabajando para el amo pero si enfermeros y enfermeras más calientes que el cenicero de un bingo que nunca envejecen y mucho menos aterrorizados campesinos armados con antorchas de fuego sino modernos pueblerinos que nunca entran en disputa con los trabajadores y enfermos del balneario, si con el chófer que los lleva allí y que se distraen con improvisados y sensuales bailes a lo Tarantino y Death Proof sin silla de por medio.

La cura del bienestar

Gore Verbinski en La cura del bienestar lleva al joven y pálido Dane De Haan, un Jonathan Harker muy poco abogado y muy mucho ejecutivo de Wall Street, hasta este lugar para que rescate a un compañero y jefe suyo que se ha trasladado allí para sanarse de la enfermedad que lo aqueja y que es la causa de su desdicha. Desde que pone el primer pie en ese extraño balneario todo es muy raro, rallando lo surrealista con accidentes de carretera, líquidos borra memorias y visiones nocturnas o diurnas con bañeras, anguilas y ciervos que se pasean de un lado a otro de las saunas.

No solo hay que tener miedo al agua sino también a la locura que domina a muchos de los presentes y que se cuela en cada una de las habitaciones de los clientes, gente ricachona que ha decidido olvidarse de todo y de todos hasta que termine el tratamiento. Fuera móviles y fuera sentimientos son las indicaciones que aconseja el prospecto del medicamento y la publicidad del Instituto Volmer. Nada de crucigramas secretos que descubran misterios ni historias, cuentos o chismes que serán declarados de Mickey Mouse por parte del abogado y testigos de la defensa del lugar. Uno entra y ninguno sale, esta es la ley no escrita que debería haberse escrito con letra pequeña y que deberían leerse todos en el contrato que firman cuando se atreven a llegar allí.

Muchas son las referencias en La cura del bienestar al cine de los dos David, Lynch y Cronenberg, cuando lo irreal toma la palabra, terrorífica es la música que casi invita a salir a un niño del maíz de detrás de un árbol y desagradables y agobiantes ciertas escenas dentro de tanques llenos de líquidos turbios o en salas de dentista donde la anestesia es desaconsejada ¡un ole para mi gran Stanley Kubrick!

La cura del bienestar

Todo impresiona en La cura del bienestar, todo merece un comentario y casi nada merece tacharse durante casi tres cuartos del film, luego esta Shutter Island se convierte en una broma de mal gusto. Cuando las luces se encienden, cuando todo se descubre el ¡ohhh! se convierte en un ¡anda yaaaa! El paquete sorpresa se ha abierto y lo que muestra no agrada a nadie. Los amenazadores pasillos oscuros y las vigiladas salitas ahora son salones engalanados para fiestas y banquetes o cámaras secretas donde los fantasmas sin ópera pero con máscara pueden hacer realidad sus deseos más obscenos como un incesto obligado y forzado.

Son dos horas y media que merecían un final mejor. El cuento gótico de terror sobraba además del duelo a la orilla del agua o el incendio que ya huele a rancio por la gran cantidad de veces que lo hemos visto en el pasado. Casi hubiera preferido una lucha a muerte con una anguila asesina gigante, como las chillonas de La princesa prometida, al menos me hubiera podido reír a gusto y con motivo. La valentía y seriedad que parecía anticiparse en este nuevo trabajo de Gore Verbinski en el género del terror, después de The ring se ha ido por el mismo desagüe que destroza Lockhart a mitad de película. Una pena que este progresa adecuadamente de EGB baje a un necesita mejorar. Esta vez no hay una tren y un llanero solitario que lo salve, como mucho un Miguel Indurain más bajito con acompañante femenina y sin maillot amarillo de líder del tour que desciende una montaña que no es el Tourmalet.

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