El día que vendrá, inapetente y superficial

La Alemania de la posguerra, concretamente la ciudad de Hamburgo, que sufrió una de las más atroces devastaciones bélicas de la historia, con ataques aéreos sin precedentes hasta el momento e inimaginables consecuencias como las famosas tormentas de fuego (elevaciones extremas de las temperaturas debido a la intensidad de los bombardeos), no se merece una película tan irrespetuosa como El día que vendrá, ni un guión tan descuidado y desatento hacia un escenario que podría haber dado lugar a indagar en la complejidad emocional e intrafamiliar de un drama digno de estas diabólicas circunstancias.

El día que vendrá

En su lugar, tenemos otra oportunidad para ver a Keira Knightley negándose de nuevo a renunciar, ni un solo segundo en pantalla, a su dócil belleza portadora de las piezas de vestuario más elegantes del cine de época, inocente y vacilante, y hallándose mágicamente inmersa en un triángulo amoroso tan clásico como inverosímil (parece que estos dos calificativos son definitivamente inseparables si hablamos de triángulos amorosos en cine de guerra o catástrofe). 

El personaje interpretado por Knightley de nuevo vuelve a sufrir el abandono de un esposo militar, noble y honesto, (pero siempre rudamente masculino) que tiene mejores cosas que hacer que satisfacer los caprichos burgueses de su esposa (un comportamiento muy razonable en el primer invierno de Hamburgo tras la ocupación aliada de Alemania), y el resultado no es otro que comenzar un romance con otro señor alemán (que también, como su esposo, ocupa masculinidad brusca e integridad moral a la vez) en un entorno de hostilidad afilada por las evidentes tensiones de una nación aturdida y desmoralizada, incapaz de distinguir entre enemigos y aliados, completamente intoxicada por el oxígeno calcinado y aterrorizada por un paisaje formado por montañas improvisadas de cadáveres y escombros.

Todas estas imágenes, de vital interés histórico y narrativo, son puramente anecdóticas en El día que vendrá, sirviendo únicamente como oportunidad para mostrar las dotes de mando y justicia de los personajes masculinos, y delegando a los personajes femeninos comportamientos desidiosos y vagas decisiones únicamente motivadas por el aburrimiento aristócrata, el desprincesamiento, y una especie de atracción casual y absurda como solución a sendos estragos.

El día que vendrá

El día que vendrá sólo se desmarca de esta insidiosa convencionalidad al romper con los roles de “perseguido, víctima y persecutor” (buenos y malos, para entendernos) en la construcción del romance triangular; en esta ocasión, y en una película tan pobre, resulta extraño terminar con la sensación de que los tres implicados son víctimas de la hostilidad propia del posconflicto. Quizá éste sea el único acierto de una película inapetente y superficial que desestima y descuida la historia.  

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