Bailando la vida, reinventarse ante el fracaso

En los últimos años, las personas de la tercera edad vienen siendo objeto de atención en películas en clave de comedia dramática que abogan por disfrutar de la vida con total desenfado, por dejar de lado los prejuicios, olvidar las obligaciones laborales y sociales que tanto han constreñido sus vidas y, en fin, vivir el momento como si no hubiera mañana. Es la filosofía del carpe diem enunciada de forma muy directa, sin pudor alguno, en esta pieza británica hecha con mucho oficio. Bailando la vida se sitúa en esta perspectiva.

Bailando la vida

El conflicto surge cuando el mismo día en que Sandra obtiene el tratamiento de “lady” debido a que su marido es nombrado Caballero del Imperio Británico, se entera de que éste la ha estado engañando durante cinco años. Ambos viven en una mansión y disfrutan de esa “respetabilidad social” tan ansiada a una determinada edad o en una clase social acomodada. Indignada, Sandra se marcha a casa de su hermana Bif, aunque espera que el desliz de su marido sea pasajero; pero no es así, y ha de recomponer su vida. Aunque le cuesta trabajo, poco a poco participa de las actividades de Bif, una mujer desenvuelta y un punto bohemia; entre ellas, ir a bailar con un grupo de amigos encabezado por Charlie, un jubilado que vive en una barcaza y tiene a su esposa con Alzheimer en una residencia.

Escrita y rodada con profesionalidad no exenta de estilo, Bailando la vida no resulta muy novedosa, pero seduce al público maduro con sus equilibradas dosis de humor y comedia en medio del dolor del abandono, la enfermedad o la muerte. Hay un solvente plantel de actores –con el más reconocible Timothy Spall en cabeza- y un flujo de situaciones que hacen que se vea a gusto y nos haga sonreír en varios momentos; en otros, el desarrollo dramático resulta previsible y la intriga sobre el dilema final es manifiestamente convencional. Pero, con todo, es una película agradable y posee cierto valor sintomático, en una sociedad donde envejecer presenta no pocos problemas, pero donde -afortunadamente- los viejos no están dispuestos a los constreñidos roles del pasado y optan por mayor protagonismo y radicalidad al vivir el presente.

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