Aprendiendo a conducir

Aprendiendo a conducir, romance insípido

Muy lejos parecen quedar los tiempos gloriosos en los que Isabel Coixet era considerada la mejor directora de cine español. Atrás quedaron sus consideradas obras cumbre como Mi vida sin mí o La vida secreta de las palabras, y pese a sus intentos frustrados de distanciarse de su estilo con obras como la desastrosa Mi otro yo, Coixet sigue repitiendo una misma fórmula narrativa, cada vez de forma más arquetípica, más insignificante e insulsa.

Aprendiendo a conducir se adapta perfectamente al estilo de película romanticona estadounidense que incorpora ciertos componentes inusuales (no por ello originales) con la intención de destacar pero que acaba pasando rápidamente al olvido. Wendy (Patricia Clarkson), novelista de Manhattan, vive un momento muy difícil en su matrimonio. En plena vía de separación de su marido decide sacarse el carné de conducir para poder visitar a su hija. Su profesor de autoescuela es Darwan (Ben Kingsley), un particular hombre hindú que ejerce como taxistas por las noches. La relación entre ambos se va fortaleciendo con el paso del tiempo hasta el punto de existir incluso algo de amor/pasión entre ellos. Pero Wendy aún sigue afrontando su separación y Darwan adaptándose a un repentino matrimonio de conveniencia.

Aprendiendo a conducir

Coixet intenta poner sobre la mesa varios temas de gran importancia global de una forma demasiado superflua y prototípica. En primer lugar su gran intención es hacer desaparecer las diferencias raciales y socioeconómicas a través de la relación entre dos personas de culturas y formas de vida totalmente contrapuestas. Coixet evidencia la existencia de estas diferencias y las intenta combatir con amor y amistad de una forma un tanto ridícula. Por otro lado, Coixet no puede evitar dejar atrás su gran interés por las mujeres solitarias que viven marcadas y castigadas por los hombres y que se comportan de una forma simpáticamente paranoica.

Lo único que salva la película del desastre absoluto es el carisma y talento de Ben Kingsley así como la química que este tiene en la pantalla con Patricia Clarkson. Dejando de lado las situaciones romanticonas estereotipadas, Aprendiendo a conducir tiene ciertos momentos divertidos, medidos a cuentagotas, pero que consiguen hacer la película más ligera y llevadera. Pero el film se queda a caballo entre el romance insoportable y la comedia aburrida, entre la crítica social y la pretenciosidad débil, entre la autoría de Coixet y los mecanismos estereotipados de las producciones estadounidenses de este estilo.

Aprendiendo a conducir

Lo que está claro es que Aprendiendo a conducir no tiene ningún tipo de originalidad fílmica, ni desde el punto de vista visual, ni desde la dirección y puesta en escena, ni desde la narrativa e ideación y ni si quiera desde sus objetivos e intenciones.

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