Vengadores: Infinity War, el crossover definitivo

No hay tiempo para presentaciones en Vengadores: Infinity War, apenas lo hay para explicaciones. Los primeros minutos de la decimonovena entrega del Universo Marvel Cinematográfico se encarga de ponernos en situación y enviar un mensaje muy claro: Thanos ya está aquí. Y no, el Titán Loco no va a andarse con hostias.

Estructurada como una desesperada huida coral hacia adelante, Vengadores: Infinity War consigue transmitir una sensación de estrés y amenaza constantes. Ninguna película de superhéroes había aprovechado tan bien el sentido de la urgencia como ésta. Su ritmo implacable deja poco lugar para escenas más contemplativas —que las hay, y bien utilizadas— y sus responsables consiguen que después de dos horas y media de metraje parezca que hayamos visto un corto.

Vengadores: Infinity War

Los hermanos Russo tenían muchos retos por delante. Superar lo que ya habían hecho en sus películas del Capitán América, manejar al reparto más tocho que se ha visto nunca en este género dándoles a todos la importancia adecuada y su momento de lucimiento a la par que ofrecer una conclusión satisfactoria para las tramas y personajes que llevamos siguiendo desde que se estrenó la primera Iron Man hace ya una década. Vengadores: Infinity War tenía que ser espectacular, sí, pero sin permitirse el lujo de abandonar lo terrenal. Tocaba mojarse. Tocaba romper las reglas. Tocaba liarla.

Por suerte, aunque los Russo tuvieran que enfrentarse ante un reto tan grande, contaban con un arma mucho más poderosa. Exacto. Estoy hablando de sus huevos. Porque no es que los tengan gordos, es que cada uno (de los cuatro que hay) podría ocupar campo y medio de fútbol. Debido a esto, Vengadores: Infinity War no sólo le va a dar al espectador exactamente lo que quiere, sino que va a jugar con sus expectativas a su antojo y le va a dejar con la mandíbula por los suelos en muchas más ocasiones de las que un ser humano podría soportar. Preveo lloros en la sala, niños traumatizados y adultos tardando días en superar la montaña rusa emocional ante la cual han sido sometidos sin piedad.

No todo es bajón, claro. Hay comedia, por supuesto que la hay. No estamos ante Thor: Ragnarok, pero el enorme carisma de sus personajes y los múltiples choques de ego que tienen lugar en pantalla resultan divertidísimos de presenciar. El fanservice se da por hecho antes de entrar en la sala, pero desde luego tampoco decepciona. Los guionistas aciertan al dividir a los protagonistas en diferentes equipos, cada uno cubriendo un terreno diferente y con sus propias misiones particulares. Todas con un objetivo en común: evitar que Thanos consiga las Gemas del Infinito.

Vengadores: Infinity War

Josh Brolin —captura de movimiento mediante— se consolida como el mejor villano que ha parido el Marvel cinematográfico. No quiero decir mucho para no destripar mas de la cuenta, pero han huido sabiamente del típico coco megalomaníaco al que curtir el lomo. Thanos acojona, sí. Acojona de verdad porque sabemos de lo que es capaz, sabemos que lo puede conseguir y lo mejor de todo es que podemos llegar a entender sus motivaciones. La actuación desgarradora de Brolin convierte a Thanos en el auténtico protagonista de la cinta. Ésta es una de las decisiones más deliciosamente arriesgadas que he visto en mucho tiempo, sobre todo si tenemos en cuenta que ésta es una de las películas más caras de la historia.

Aunque el héroe (jé) de la función sea el villano, también se agradece que sus secuaces no sean unos simples masillas. No es que tengan un desarrollo muy marcado, ni siquiera un arco argumental propio, pero sí que gracias a ellos tenemos unas set-pieces de lo más vistosas y en contextos inesperados. Desde la emisión de los episodios de paintball de Community sabemos que los hermanos Russo ruedan la acción como nadie. Aquí consiguen lo imposible, que en su película más marciana y cósmica los combates sean siempre dinámicos y tensos. Nunca son un simple trámite ligerito para los héroes, esta vez las pasarán canutas para salir vivos de las situaciones en las que se ven envueltos.

Vengadores: Infinity War

No me quiero alargar más, no tiene sentido. Voy a decir ya lo que tengo que decir. Vengadores: Infinity War es oficialmente la mejor película que ha salido de Marvel Studios. Es el blockbuster palomitero rozando la perfección en todos sus aspectos. Esto es así y no reconocerlo sería tan injusto como no decir también que hace trampa. Mucha trampa. Porque pese a tener el final más kamikaze que he visto en mucho tiempo es importante recordar que la cosa no termina aquí. La tercera entrega de Vengadores se concibió como una cinta en dos partes y —aunque luego decidieran rebautizarse comercialmente como dos películas independientes— lo cierto es que el año que viene tendremos la otra mitad en Vengadores 4. Y lo más posible es que sea peor que la que se acaba de estrenar.

Aún no sabemos su título, aunque sin entrar en spoilers seguramente será algo muy parecido a «Vengadores 4: Recogida de Cable». Claro, que también es verdad que ya van tres veces que subestimo los huevazos de los hermanos Russo y luego me tengo que callar, así que no sería muy descabellado pensar que el año que viene igual estoy comiéndome mis palabras por cuarta vez consecutiva. No lo sé. Hasta entonces, creo que lo mejor que podéis hacer es ir corriendo al cine al gozar de estas dos horas y media de pura ambrosía superheróica.

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