Un pueblo y su rey, el monarca y los ciudadanos

Como viene demostrando la Historia del Cine, novelas inmortales, acontecimientos históricos y personalidades singulares sirven como inspiración para argumentos de películas una y otra vez a lo largo de las décadas, aunque varíen los enfoques e intereses. ¿Cuántos Quijotes o Hamlet se han filmado? Decenas. ¿Cuántas películas nos han contado el desembarco de Normandía o la Guerra de Secesión norteamericana? Otras tantas. Como también se han filmado unos cuantos biopics de Van Gogh, Mozart, Hitler o Lincoln. Por ello no es de extrañar que Un pueblo y su rey se sume a la amplísima filmografía que se ha ocupado de la Revolución francesa. Podríamos decir que novelas, personalidades o sucesos históricos no se agotan fácilmente, resultan tan ricos que no se pueden exprimir en una sola obra o —mejor aún— que contienen una verdad profunda, algún tipo de misterio, que nos lleva una y otra vez a intentar desentrañarlo.

Un pueblo y su rey

Como se sabe, la Revolución francesa es una protesta de la burguesía que trata de lograr la cuota de poder que le corresponde por su posición económica en detrimento de la nobleza y el clero. Aunque una lectura más progresista vea en ella una revolución social, igualitaria, que otorga mayor peso al papel del pueblo llano. Esta es la perspectiva por la que parece apostar Pierre Schoeller (París, 1961), un cineasta de carrera breve pero sensibilidad y talento para el cine, como ha demostrado en Versalles (2008), historia de marginación protagonizada por el malogrado Guillaume Dépardieu, y la espléndida radiografía El ejercicio del poder (2011) en la que parecen haberse inspirado recientes series francesas. 

La historia de Un pueblo y su rey abarca el primer período revolucionario, entre la toma de la Bastilla (julio de 1789) y la ejecución de Luis XVI (enero de 1793). Se desarrolla en paralelo la crónica histórica centrada en las vicisitudes del rey y los debates y decisiones de la Asamblea, desde la aprobación de la Declaración de los Derechos del Hombre a la tensa votación en que se decide guillotinar al monarca; y la historia de una familia de artesanos del vidrio, vecinas lavanderas y otros personajes del pueblo llano que son testigos y protagonistas de los sucesos revolucionarios. Ni que decir tiene que Schoeller no trata de resumir la compleja realidad histórica llena de contradicciones y los sucesos que a lo largo de varios años han pasado a la Historia con el nombre de Revolución Francesa y marcan cronológicamente el inicio de la Edad Contemporánea. Más bien hace su lectura actual de aquellos acontecimientos y subraya el papel fundamental, nada subsidiario, desempeñado por las mujeres, el lugar del pueblo llano y las incertidumbres de Luis XVI.

Un pueblo y su rey

A mi juicio este último aspecto es el que queda más difuso, pues no se aporta nada concreto, al margen de señalar cómo los acontecimientos superan al monarca o éste se ve obligado a aceptar decisiones de la Asamblea, aunque no las comparta. Mayor interés tiene la historia particular de unas viviendas obreras próximas a la Bastilla que —en elocuente metáfora— consiguen que les llegue el calor del sol cuando los altos muros de la Bastilla son derribados; es decir, que el asalto a la cárcel no sólo es símbolo de la toma del poder, sino que se visualizan de inmediato los beneficios para el pueblo. Aunque la película se limita a trazos impresionistas sobre varios personajes (el artesano del vidrio, la joven madre que pierde al bebé, el ladrón de gallinas rehabilitado…) resulta interesante su participación en acontecimientos políticos o su presencia en la Asamblea, donde son despreciados —carecen de la legitimación económica de los burgueses— y pugnan por ocupar su lugar en los debates y hacer valer sus opiniones. Las intervenciones de Marat, Robespierre o Danton son breves y apenas si logran caracterizar a estos personajes de primera línea del proceso revolucionario.

Quizá Un pueblo y su rey peque de ambiciosa al tratar de conjugar la microhistoria del pueblo marginado con la del monarca y los diputados de la Asamblea; da la impresión de que no se ha podido profundizar o, no habiendo querido hacerlo, el trazo general haya quedado un tanto diluido. Con todo, hay que valorar esta revisión del gran cambio que alumbró al mundo como una aportación valiosa y novedosa en sus focalizaciones.

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