Tomb Raider, lo del padre

Dios me libre de ser el típico crítico que se queja cada dos por tres de que los estudios no quieren invertir en ideas nuevas y que únicamente apuestan por franquicias, adaptaciones, secuelas, remakes o reboots. Pero claro. Cuando veo que este fin de semana se estrena el reboot cinematográfico basado en un videojuego que en sí ya era el segundo reboot de su propia saga, no sólo se me complica un poco rebatir este argumento sino que además me vería incapaz de explicarle esta última frase a mi madre. Y eso que mi madre es joven. La nueva versión de Tomb Raider pretende alejarse a toda costa de la que capitaneó Angelina Jolie a principios de los 2000. Alicia Vikander recoge el testigo con gracia, conquistándonos desde el minuto cero con una Lara Croft divertida, enérgica y carismática. Durante el primer acto de la cinta disfrutaremos bastante de las desventuras ligeritas de la heredera de una enorme fortuna que se niega aceptarla, ya que para ello tendría que firmar la defunción de su padre desaparecido siete años atrás en una misteriosa expedición.

Tom Raider

Hablemos de lo del padre. Por desgracia, esta trama no sólo es el hilo conductor de la película sino que además todo su peso dramático recae en ella. Y esto es una cagada, porque significa que todo el guión se sustenta sobre un cliché que además de haberlo visto ya cientos de veces en pantalla aquí es abordado con una pereza desoladora. Incluso el pobre Dominic West, interpretando al padre de Lara, parece estar hasta los cojones de su papel y con ganas de cobrar el cheque e irse a su casa cuanto antes.

La decisión de centrar Tomb Raider en lo del padre lastra por completo una película que, por otra parte, tampoco está del todo mal. A diferencia de otras adaptaciones de videojuego, aquí parece existir una intención clara de ofrecer una película de verdad. Lástima que esa película que nos ofrecen no sea del todo buena, pero al menos se puede decir que tiene sus encantos: una divertida aparición de Nick Frost, algún guiño a la Lara Croft primigenia y un ritmo con el que es imposible aburrirse.

Como era de esperar, Vikander demuestra un talento muy superior al requerido para participar en una producción de este tipo y consigue que nos olvidemos —si no lo habíamos hecho ya— de la adaptación anterior. Ella sola se come la pantalla, pero un así creo que se habría agradecido un mayor número de intervenciones del simpatiquísimo Daniel Wu y que el guión no diluyese tanto al villano encarnado por Walton Goggins después de unos primeros minutos suyos muy prometedores que terminan quedándose en nada.

Tomb Raider

A nivel puramente palomitero, las escenas de acción intentan acercarse a las de los últimos videojuegos de la saga. Es decir, siendo menos fantasmas de lo habitual (que lo son) y derrochando menos CGI (que lo derrochan). Lo malo es que al final tampoco contienen ningún tramo particularmente memorable o emocionante, algo a lo que desde luego no ha ayudado una dirección de lo más impersonal por parte de Roar Uthaug, a quien prefiero rodando terror noruego antes que blockbusters americanos.

En definitiva, esta nueva Tomb Raider consigue superar ampliamente a su predecesora, pero eso no significa que sea un peliculón ni muchísimo menos. Sí que la catalogaría entre una de las mejores cintas basadas en un videojuego que se hayan producido, aunque teniendo en cuenta que es un género entre el que se encuentran títulos como Doom o House of The Dead, tampoco sé si eso es decir mucho. No me importaría ver una secuela de esto si cayera en mejores manos, pero si alguien me pregunta estoy casi seguro que le diría que prefiero volver a ver a Lara dándole un puñetazo en la cara a un tiburón antes que aguantar otra vez el tostón de lo del padre.

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