Timbuktu, traspasando fronteras

Uno de los logros más admirables del cine es su capacidad de introducirse en miles de culturas diferentes. Gracias al séptimo arte tenemos la posibilidad de conocer cómo se vive y sobre todo cómo se entiende la vida en cada uno de los rincones de este planeta. Por esa razón cuando nos llegan obras de alta calidad y de sitios poco habituales que no se caracterizan por tener una cinematografía sólida; el espectador tiene la oportunidad de sentir, aprender y conocer cosas nuevas de las culturas que nos rodean y que acostumbran a permanecer invisibles.

No hace falta vivir en Estados Unidos y tener todo el dinero del mundo para hacer una buena película. Solo hace falta voluntad y depositar toda la fe en esa pieza artesanal llamada cine. La mitad de películas que llenan nuestras carteleras están creadas a través de cadenas de montaje y es muy fácil distinguir que en ellas no reside ningún tipo de fuerza y sentimiento.

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Timbuktu, es una pequeña joya cinematográfica de un director nacido en Mauritania, que acierta por completo al tratar un tema que en los últimos meses está llenando nuestros noticiarios: el yihadismo. Abderrahmane Sissako, centra su película en un hecho real: la invasión de Tombuctú, una ciudad de Mali, por parte de un grupo armado fiel a la yihad. La película no se centra en ningún momento en mostrarnos de forma especial la barbarie y crueldad de los métodos yihadistas. Al contrario, es mucho más original al situarse en un punto de vista objetivo que no crítica ni juzga, solo muestra. A través del desarrollo de un relato coral la obra muestra las diferentes reacciones a del pueblo ante la invasión. Estas pueden ir desde la resignación hasta los intentos de rebeldía castigados con contundencia. Pero el espectador, pese a ver la brutalidad de muchas de las decisiones y dogmatismos de los invasores, nunca tendrá la sensación de que el objetivo principal de la película es mostrarnos la maldad que rodea a estos. Sissako lo consigue despistándonos a través de dos vías. Por un lado, pese a ser una obra coral, hay una trama que consigue distinguirse y ganar en relevancia a las otras. Esta trama nos muestra un hombre juzgado por el grupo yihadista por un delito real que ha cometido. Lo fácil, habría sido construir el relato centrándose en las injustas y duras sentencias ilegitimas de los jueces yihadistas. Pero se centra en transmitir la sensación de estar delante de un hombre consciente de que ha de pagar por lo que ha hecho y cuyo único objetivo no es sobrevivir ni rebelarse, sino ver por última vez a su familia. Por otro lado, la película es capaza de conseguir que el espectador no sienta especial repulsión por los diferentes integrantes del grupo invasor. Todos ellos tienen sus vidas, son humanos y sobre todo, están convencidos de que sus actos son correctos. Mostrar a los yihadistas de esta forma puede conseguir helar la sangre de una forma más efectiva que mostrándolos asesinando o expandiendo el terror.

Pero Timbuktu no es solo es una gran crítica construida de forma original y meticulosa. La película es una lección de todos los sentimientos importantes que rigen en nuestra sociedad: el odio, el amor, la envidia, la desesperanza, la soledad, la resignación y el dolor. Y todo el discurso está acompañado de una fotografía exquisita y unos planos dotados de gran potencia visual centrada en la belleza del paisaje desértico africano.

Timbuktu ha conseguido estar nominada a mejor película extranjera, y pese a no estar entre las favoritas para ganar la estatuilla es posiblemente una de las obras de más calidad que compiten en la categoría. Por su belleza visual, su inteligencia argumental y su ingeniosa crítica.

 

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