Tan lejos, tan cerca

Tan cerca tan lejos, la luz del amor

Kimi no Na wa. A muchos este título no les sonará de nada. Si digo Tu nombre y película de animación japonesa, entonces todo se clarifica. La maravillosa historia de Makoto Shinkai ha servido de inspiración para Tan cerca tan lejos el nuevo trabajo de Cédric Klapisch, el director de la famosa Una casa de locos o Las muñecas rusas, comedias románticonas que rompen con el esquema típico que vemos una vez y otra también sin solución de continuidad. Esto mismo sucede con la historia de Remy y Melanie, dos desconocidos que comparten espacios pero que nunca llegan a conocerse en persona, dos habitantes de una alocada ciudad que devora sus ilusiones, sus pasiones y les enferma mente y cuerpo. Cuando una duerme, el otro despierta, cuando una vive la pasión, el otro desfallece y se consume, dos caras de una misma moneda destinados a encontrarse, separados por las circunstancias que los hacen únicos y solitarios. Aunque en esta ocasión no tenemos enfrente viajes en el tiempo o realidades paralelas, notamos como la magia está en el ambiente, con un gato que es compartido por ambos, una tienda que los une o una serie de catastróficas desdichas que acorta la distancia o la estira como un chicle a punto de romperse en mil pedazos. 

Tan cerca tan lejos

Los compañeros que viajan con ellos en este corto periodo de tiempo nos ayudan a entenderlos, a diseccionar su alma vacía en ocasiones, llena de inseguridades en otras. Son vagas sombras que se mueven a su lado pero que no les entienden, extraños fantasmas del pasado y presente que jamás serán capaces de empatizar con sus emociones, pese a que alguno tenga un título y sea doctor en conocer la psique humana. 

Los pasos cortos de una, son una larga distancia a recorrer por el otro en un viaje que les conducirá a la meta deseada, el intermedio necesario entre tiempos agotadores y desenfrenados, causas directas de un mal que enferma o un sueño no razonado que produce monstruos. 

Tan cerca tan lejos

Dejemos a un lado el ritmo cansino, las lentas jornadas de revelaciones y secretos en un diván y encontraremos la originalidad hecha ciento diez minutos de metraje. En esto Klapisch se mueve como pez en el agua, sabe de lo que habla y lo demuestra cada vez que puede. No, no es otra comedia romántica al uso con diálogos impostados con desconocidos que parecen ser amigos desde la guardería, tampoco una loca sucesión de besos y abrazos irrealmente concebidos y mucho menos una reconciliación con el clasicismo más decimonónico. Tan cerca, tan lejos no va de eso y ni siquiera lo roza o lo mira de lejos. Un París muy chiquitito se come hasta los huesos y escupe a los dos protagonistas marcándoles un circuito preconcebido del que no pueden salirse, con curvas que desafían las leyes de una gravedad desconocida, con rectas que chocan contra los muros de la realidad. 

En esta colmena con millones de obreras, la conexión solo llega en contadas ocasiones y cuando esta se consuma lo mejor que puede hacerse es agarrarse a ella y bailar pegados primero lejos, luego más cerca. 

La otrora París, ciudad de las luces y del amor, antes de Amelie, ahora les pertenece a ellos, los ha iluminado y enamorado casi sin queriendo, siempre deseándolo.

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