Spring breakers, fantaseando con lo prohibido

Resulta cuanto menos curiosa la carrera de Harmony Korine y lo, en principio, anómala que puede resultar esta Spring Breakers dentro de su filmografía. Korine saltó a la luz con sólo 19 años como guionista de Kids de Larry Clark, la odisea de una chica por las calles de en busca del chico que le había contagiado el SIDA. Al par de años debutaría con Gummo a la que seguiría Julien Donkey-Boy, un retrato sobre un joven esquizofrénico y la primera película Dogma americana. Sus dos últimas películas fueron Mister Lonely, la historia de unos imitadores de y Marilyn Monroe, y Trash Humpers que nos narraba las peripecias de unos ancianos sociópatas que dejaban a Los idiotas de como unos niños de guardería. Como véis, el muchacho es la alegría de la huerta. Así, Spring Breakers es digamos su primera película comercial, con actores reconocibles e incluso con una narrativa, hasta cierto punto, convencional.

Spring Breakers sigue el viaje al infierno de cuatro chicas universitarias que comienzan yendo a una fiesta de spring break (lo que conocemos aquí como La Fiesta de la Primavera, pero en plan bestia) y terminan mezclándose con un peligroso traficante interpretado por James Franco. Lo primero que hay que agradecer es que aunque el viaje siga una senda algo tópica, en ningún momento Korine pretende aleccionar. De este modo, Korine no paga ningún peaje ético y consigue hacer una película como todas las suyas: amoral y atenta a los sujetos más discordantes de la sociedad, aunque en apariencia éstos aparezcan como asimilados por la misma.

Debe haber sido curioso ver a las fans de Selena Gómez cómo su ídola pasa de protagonista a paria a mitad de película, dejando a las pobres con una segunda parte lisérgica, sexual y violenta. También resulta curioso ver como se usan dos de los éxitos de , Baby, one more time y Everytime, como clara metáfora de este camino del cielo al infierno. Y no menos interesante, aunque quizás algo obvio, es el uso de dos señoritas como Gómez y Hudgens, viejas glorias del mundo que aquí emprenden su viaje a la edad adulta.

Crítica Spring Breakers

La segunda pata que Korine depura de su estilo es la parte estética. El director siempre había demostrado un gusto por lo visual que se basaba en destrozar intencionadamente el material fílmico mediante el uso del Super 8 e incluso el VHS con el que está grabada Trash humpers. En Spring breakers vemos una supuesta pero falsa evolución hacia el color hipersaturado lleno de neones propio de la estética club: en realidad no es más que la lógica adecuación del fondo a la forma a la que no le hubiese venido nada bien la fealdad del anterior cine de Korine. Y al igual que el director nunca ha apartado la mirada hacia lo no-bello, aquí vemos una clara lascivia en la observación de unos bellos cuerpos jóvenes que se prestan sin problema a ser admirados en una evidente complicidad con el espectador.

Cuál es la intención de Korine con Spring breakers no deja de ser un misterio. La mencionada ambigüedad moral y el juego de complicidades nos pone en ese terreno incómodo de las grandes películas. Todos sabemos que drogarse, utilizar armas y follar sin control son cosas que no están bien vistas, pero Korine nos lo presenta de tal manera que a uno le entran ganas de emular a estas niñas. O al menos fantasear con ello.

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