Objetivo: Washington D.C., terrorismo descafeinado

Tras una gañanada tan cafre y absurdamente patriótica como Objetivo: La Casa Blanca —una suerte de La jungla de cristal hipervitaminada que cogía la mala leche de la original y la juntaba con la espectacularidad de la cuarta parte—, nos llegó una secuela titulada Objetivo: Londres que se quedaba mucho más corta en cuanto a todo lo que nos proponía. Por algún motivo que se me escapa, la progresión descendente de esta saga sigue su curso y la trilogía se cierra con una Objetivo: Washington D.C. sorprendentemente descafeinada y que no logra interesar más allá de un par de momentos puntuales.

Objetivo: Washington D.C.

Sin Aaron Eckhart como presidente de los Estados Unidos y con Morgan Freeman asumiendo el cargo en su lugar, no os engañéis pensando que su personaje va a tener mayor relevancia que en las películas anteriores. Por mucho que en los pósters lo pongan al lado de Gerard Butler, Freeman está aquí para cobrar el cheque saliendo en dos o tres escenas y poco más. Ni siquiera el presidente Trumbull al que interpreta parece ser el mismo a quien dio vida años atrás. 

De hecho, la política de esta franquicia para con la continuidad parece ser la de hacer borrón y cuenta nueva con cada entrega. Asumo que la intención es que el espectador que venga completamente a ciegas no se sienta perdido, pero todo aquel que sea fan de las dos primeras —¡alguno habrá!— se va a extrañar de que no hagan ni una mísera referencia al pifostio que se montó en Londres.

Eso sí, lejos de intentar repetir la fórmula por tercera vez, aquí al menos se hace el esfuerzo de dejar de plagiar desvergonzadamente a las aventuras de John McClane y… bueno, lo malo es que en su lugar lo que se nos ofrece es un plagio de otra película. Concretamente, de El fugitivo. Por lo demás, los signos distintivos de la saga se mantienen en su sitio. O al menos la macarrería y la violencia desmesurada. 

Objetivo: Washington D.C.

Lo que no tendremos será algo tan contundente como el plano secuencia durante el clímax de Objetivo: Londres o el impactante asalto inicial en Objetivo: La Casa Blanca. Recogiendo el testigo de Antoine Fuqua y Babak Najafi, Ric Roman Waugh ejerce aquí las labores de dirección y no parece destacar por su virtuosismo exceptuando cierta set-piece que involucra a unos drones y que al final termina siendo un mero espejismo cuyo impacto resulta fagocitado por la rutina que empaña al resto de escenas de acción.

Hay pequeños destellos de frescura en las apariciones de un Bruce Dern que, en el fondo, está bastante desaprovechado. Su presencia responde a un amago de humanización del protagonista, algo más frágil y menos cercano a una máquina de matar de lo que se nos tiene acostumbrados, pero el problema es que al público le importa un carajo cualquier intento de introspección y lo único que quiere es divertirse viendo a Gerard Butler masacrando a Gente Mala™.

Nos llevaremos otra decepción cuando sepamos que la amenaza principal también forma parte de esta absurda cruzada para hacer que el agente Mike Banning parezca una persona. Danny Huston hace lo que mejor sabe hacer: desperdiciar su talento y presencia en películas de mierda. Pero por supuesto no será el único malhechor a batir y tendremos además al clásico villano sorpresa que no es sorpresa porque sólo le falta un letrero con luces de neón en la cabeza que señale su culpabilidad.

Lo mejor que se puede decir de Objetivo: Washington D.C. es que se toma poco en serio a sí misma y está ligeramente menos enfocada a que los miembros de la alt-right estadounidense se masturben compulsivamente con ella. La ironía es que precisamente han desechado lo que hacía que sus predecesoras fuesen un placer culpable tan goloso. A nadie le gusta una película de Chuck Norris si ésta no es por lo menos un poquito facha. Y aquí, por desgracia, pasa lo mismo: esto se disfruta menos sin su buena dosis de xenofobia exenta de cualquier ápice de ironía.

Objetivo: Washington D.C.

Lo curioso es que cualquier franquicia que se dilate más de la cuenta acaba presentando síntomas de agotamiento tarde o temprano, pero no creo que sea el caso que nos ocupa. Lo que sí me transmite Objetivo: Washington D.C. es que sus responsables no tenían ningunas ganas de hacerla. Por lo que he investigado se trata de la entrega más cara de la saga, pero no lo diría absolutamente nadie: la escala es menor, la ambición también, los guionistas han pensado en pequeño y de no ser por su estreno masivo en salas me creería que esto es una cinta directa a DVD con un presupuesto de saldo. No puedo esperar a dejarla puesta de fondo cuando la den en El Peliculón de Antena 3.

PD: Rescato la escena extra que hay durante los créditos, no porque sea buena sino porque reconozco que es lo último que me esperaba encontrar. ¡Viva la descontextualización!

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