No todos los muertos vivientes son en blanco y negro como los de George A. Romero de 1968. Seis años después Jordi Grau dirige No profanar el sueño de los muertos, un film de culto, en color, con los mismos protagonistas, zombies levantados de sus tumbas o del depósito de cadáveres que atacan a pobres víctimas inocentes que pasaban por allí.
No profanar el sueño de los muertos es una coproducción italo-española ambientada en la campiña inglesa, parece un chiste, aborda el tema de la ecología, desde un punto de vista terrorífico. Critica la tecnología y la modernidad que parecen campar a sus anchas en la vecina Londres y ensalza la vida en el campo que parece todavía no haber sido contaminada. Para ello manda desde la capital a un melenudo dueño de una tienda de antigüedades a un pueblo cercano para que se dé de bruces con el problema, una máquina que en teoría mata los insectos que destrozan las cosechas de las granjas pero que en la práctica levanta a los muertos comenzando una pesadilla que tiene a una cobarde y patosa mujer de ciudad como blanco perfecto de todo tipo de sustos y ataques. La fórmula de pareja joven que llega a algún lugar deshabitado ya está más visto que el tebeo pero aquí sorprende bastante ya que pronto se llena la pantalla de otros personajes secundarios que sirven de carnaza para los muertos y que vuelven a recordarnos que la modernidad está pervirtiéndolo todo allí en su idílico hogar, residencia de bellas cascadas naturales o paisajes paradisíacos, trayendo ciertas sustancias como la heroína u otras drogas que matan y a forasteros que van allí a practicar cultos satánicos que acaban con la quema de cadáveres muertos en los cementerios.
¡No, no vamos a ver continuamente desmembramientos ni carnicerías en grupo! En No profanar el sueño de los muertos hay escenas de casquería que duran muy poco tiempo y en las que Grau no se recrea en demasía. Prefiere estrangulamientos que requiere menos efectos y seguramente desagraden menos a un público que quiere asustarse pero no que le revuelvan el estómago. Sus zombies tienen apetito como el que más, ni piensan, sienten o padecen y no los pueden parar ni las balas ni puertas o ventanas. Caminan muy lentito y sienten predilección por los uniformes ya sean de policías incompetentes o de batas de médicos y enfermeras. Pasean sus cuerpos vestidos o desnudos por los pasillos de hospitales o por esos paisajes verdes y floridos que no han sido mancillados por la humanidad.
Todo lo que comienza lentamente y de una manera casual con un accidente en una gasolinera se acelera en el tercer acto con un levantamiento masivo a lo REC que deja un reguero de sangre contaminada que solo puede ser eliminada con fuego. Stuart Gordon resolvió el asunto despachando a lo bestia a casi todos en la morgue de Re-Animator mientras que Jordi Grau deja a alguno para que lo cuente y abra la puerta a un final con puntos suspensivos.
A través de la niebla inglesa, las sombras alocan a cualquiera, los sueños se convierten en pesadilla y los espontáneos no se enteran de nada, aunque intenten ayudar con indicaciones que se van al limbo o trayendo vasos de agua que anuncian momentos de horror.
Películas de imitación como No profanar el sueño de los muertos a veces son como las carreteras comarcales por las que transcurre la pareja protagonista, muy transitadas por las gentes del lugar que las conocen pero extrañas y sin el final elegido para todos aquellos que las recorren por primera vez como son los espectadores que visionan este título por primera vez como es mi caso y esto hace que le pille de nuevo el gustillo a un subgénero al que acudo en muy contadas ocasiones, en la última los infectados viajaban en tren por Corea del Sur.
[amazon_link asins=’B01092YC02,8496235491,B0053C8SS6,B00BJWFIBO’ template=’ProductCarousel’ store=’cinenser-21′ marketplace=’ES’ link_id=’27652fd4-d9b9-11e8-a566-71a86daaab63′]