Matar cangrejos

Matar cangrejos, autenticidad canaria

Las islas Canarias tienen una representación en el cine bastante distorsionada respecto a la realidad. Hay que aplaudir el aumento de los rodajes propiciado por la fiscalidad favorable, pero las películas rodadas cuentan historias de gente que llega o se va, que viene de vacaciones a las islas o se refugia en ellas para solventar algún conflicto. Los espacios filmados reiteran el tópico de costas, playas y hoteles, pero quedan muy al margen los propios canarios y sus modos de vivir. Si hubiera que caracterizar este «cine canario» diríamos que es un cine de la ausencia o del forastero. 

Matar cangrejos

Quedan atrás títulos como Mararía (Antonio Betancor, 1998) o Mambí (Teodoro y Santiago Ríos, 1998) que abordaron historias de canarios y/o estaban ambientadas en la comunidad. Cierto que hay obras más recientes, como el mediometraje documental Amaro Pargo: entre la leyenda y la historia (Juan Alfredo Amil, 2017). Y, desde luego, las dos entregas de la serie Hierro (Pepe y Jorge Coira, 2019-2022) lograban que el territorio fuera más allá del mero marco o paisaje para devenir espacio humano y social.

El cineasta canario-sirio Omar Razzak Martínez explica que ha vuelto a la isla de Tenerife para echar una mirada a los años 90 de su infancia: «Me fui de Tenerife, una isla española en aguas africanas, hace veinte años y, ahora que he tenido mi primer hijo, han vuelto a mí todos los recuerdos de mi infancia. El año que Michael Jackson visitó la isla en su único concierto europeo; el fin de semana que mi hermana y yo pasamos en una casa-cueva; o la demolición de un hotel a medio construir junto al mar. Nuestra primera visita al Loro Parque con sus shows de loros y delfines. Y la primera patera de inmigrantes que llegó a Canarias abriendo un nuevo camino a Europa por el Atlántico. Esta película es un intento de ordenar todos esos recuerdos».

Probablemente este es uno de los requisitos para la solvencia de la obra de arte: cimentarla sobre el mundo que se ha vivido o se conoce en profundidad. A partir de ahí, el director compone una valiosa historia donde confluyen cuestiones muy universales. Con buena dosis de documental, Matar cangrejos sitúa su acción en una pequeña cala donde vive la abuela de Rayco y Paula, temerosa de que le tiren su casita por carecer de escrituras, al igual que se va a demoler el monstruoso esqueleto de hormigón de un hotel ilegal. La madre de estos niños trabaja sin entusiasmo en Loro Parque y planea recibir en el aeropuerto a Michael Jackson, aunque su futuro se tambalea por un embarazo no deseado. La preadolescente Paula se integra con otros chicos de su edad y algunos otros mayores con comportamientos antisociales. Rayco busca la compañía de un viejo pescador alcoholizado y de un holandés varado en ese rincón de la isla.

Matar cangrejos

El director acierta al elegir la perspectiva de Rayco y Paula para contar su historia o, mejor aún, para componer una crónica fragmentaria de recuerdos de un lugar y un tiempo. Estos dos personajes sobre los que pivota el relato tienen fuerza porque, en su fragilidad como menores ubicados en un contexto socioeconómico desfavorable, logran de inmediato la empatía del espectador. Por ello comprendemos y aceptamos las torpezas de Paula. Y, sobre todo, admiramos a ese niño de 8 años que tiene que cuidar del anciano y evitar que se eche al mar con su lancha, y a su hermana que acompaña a la abuela a la oficina administrativa o sirve a su madre de soporte que le otorga seguridad.

Los dos niños representan una sensatez y capacidad de supervivencia que no es común en su entorno hostil. Viven cerca de la pista de un aeropuerto y se rebelan al ruido ensordecedor de los despegues lanzando improperios a los viajeros que dejan la isla. Han de cuidar de los adultos y evitar el nihilismo de los adolescentes pendencieros que tienen por amigos. No es fácil desmitificar a la madre que fabula con que Michael Jackson admire su traje regional y le sonría; como tampoco crecer sin haber conocido al padre. Y los pequeños actores han merecido una biznaga de plata en Málaga.

El anclaje canario de Matar cangrejos, desprovisto de todo tópico y renuente a los “resorts”, se afianza con la denuncia de los desastres urbanísticos de la costa, lugares de trabajo poco estimulante, chumberas asaltadas de noche y con la humilde procesión de la Virgen del Carmen acompañada de devotos con tercios de cerveza en la mano (sic). 

Una película que, optando por cierta narrativa episódica, logra convencer al espectador por la autenticidad de personas, lugares y situaciones. Casi nada.

Matar cangrejos (Omar A. Razzak, 2023) ⭐️⭐️⭐️½

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