Matar a Jesús, un retrato en femenino sobre la realidad de Colombia

Nosotras, las narradoras, que necesitamos construir historias de un modo u otro, con cualquier fin, para cualquier persona, mediante cualquier fórmula, nos reconoceremos en la absoluta evidencia de que es imposible no escribir sobre nosotras mismas. Y lo mejor que podemos sacar de este inocente y benévolo narcisismo, que en el fondo no busca otra cosa que acompañar nuestras soledades, es convertir nuestras historias en acciones tan trascendentes y mutiplicadoras como la de Laura Mora, cuyo padre fue inexplicablemente asesinado en la ciudad de Medellín cuando ella tenía 22 años.

Matar a Jesús

En el marco de la primera edición del Festival de Cine por Mujeres de Madrid, tuvimos la oportunidad de charlar con ella en profundidad y escuchar de su propia voz, tan tenue y tan sólida a la vez, qué hay más allá de la historia del duelo que sufre Paula, una joven estudiante de Medellín, feliz y mirando entusiasta al futuro, cuando su padre es asesinado en cuestión de segundos por un sicario en moto. Sin razones, sin sospechas, desamparada por la justicia y abandonada a la cruel fortuna de la violencia sistémica de su ciudad, la decisión de Paula es el transcurso más lógico en este tipo de historias: encontrar al asesino de su padre y matarle.

Sin embargo, Matar a Jesús no es una historia de venganza común. Incluso, quizá podría afirmar que la venganza no es lo más importante de la película, aunque sí lo sea para su protagonista. Paula transita por todas las fases posibles del explosivo y natural deseo de devolver su trágico agravio a quien le pertenece, al asesino material de su padre. Pero en una ciudad como Medellín, y en un lugar como Colombia, puede que el ejecutor de este crimen no sea finalmente el contenedor legítimo de todo el dolor que causaron sus disparos indistintos.

Y es en este camino, y en esta paradoja, donde Laura Mora aprovecha con inteligencia, y mucha delicadeza narrativa, cada imagen, cada escenario, cada voz y cada comportamiento, para fraccionar todos los factores culturales, socioeconómicos, relacionales, judiciales y de todo tipo, y a través de ellos contar de forma consciente y transversal el verdadero porqué de la realidad actual en Colombia.

Matar a Jesús

Más allá de las emociones de Paula en su encuentro con Jesús (el sicario que dispara a muerte a su padre), existentes en todo proceso de venganza inocente, que viajan desde la rabia más estridente hasta la compasión y la aceptación serena, Matar a Jesús es una película necesaria para observar a Colombia más allá de Netflix y los relatos de héroes blancos masculinos, los culpables y los inocentes.

La propia Laura afirmaba en la entrevista que ella misma se sintió capaz de asesinar a otro ser humano, cuando había sido una niña feliz y educada en el amor y los buenos sentimientos. Los mismos que nos muestra en Matar a Jesús, en diferentes escenarios de Medellín, los “altos y los bajos”, los privilegiados y los desfavorecidos. En ambos polos, vemos baile, alegría, risas, calor de hogar, ternura, espiritualidad… Y precisamente, una de las intenciones de la autora, es mostrar cómo en ambos lugares, la muerte ocurre de forma constante, inesperada, e incluso a veces improvisada o aleatoria. Cómo trabajadores honrados, profesores universitarios o cualquier tipo de persona puede ser asesinada sin haberse “metido en problemas” conscientemente. Quizá por expresar una idea o por cualquier tipo de motivo personal desconocido.

Las razones nunca son desveladas en la película (ni la propia Laura las conoce), porque el mensaje principal es mostrar esa espantosa espotaneidad y normalidad del asesinato, y cómo en los ámbitos donde sería más “lógico” que ocurriera, esta normalización descansa sobre fuertes creencias religiosas y una desesperanza generalizada y aprendida, donde todos están involucrados: sicarios reclutados desde la adolescencia, víctimas de la pobreza (que si no matan les matan a ellos), o policías rendidos mediante el soborno a un mega sistema de violencia estructural que funciona a la perfección, y rueda infinito por las colinas y montañas de ese paisaje, tan icónico en los últimos años, de la ciudad de Medellín. Hermosa y aterradora al mismo tiempo, como la historia de Paula, de su autora Laura, y del mismo Jesús, al que Laura sólo conoce a través de sus propios sueños y relatos, y quién sabe si se parezca o no a la persona que resultó ser el último eslabón de la violencia que puso fin a la vida de su padre, pero que sin duda representa a muchísimos jóvenes que han corrido la misma suerte.

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