Live is Life, todo sea por el drama

Suena un timbre de instituto, vemos un pasillo de chavales a cámara lenta. Dos de ellos corren, escapando de los bullies que les persiguen. Oímos la voz en off del protagonista diciendo algo así como que “lo peor no es que te persigan los más fuertes del instituto, lo peor es que te pillen”. Con esa primera escena supe que no me iba a llevar bien con Live is Life, de Dani de la Torre. Cosas mías. Las frases que suenan ingeniosas como si las hubiera escrito Oscar Wilde, pero que no tienen ni pies ni cabeza no me gustan como apertura de una película, menos todavía cuando se dicen sin un ápice de ironía. Fake deep, lo llaman. 

Live is Life

Ojalá esta crítica se quedara en apuntar a la pretenciosidad del guion de Albert Espinosa, pero la verdad es que los problemas que tengo van más allá de su calidad como película, sino de su moralidad. Pero empecemos por el principio. Live is Life cuenta las aventuras de cinco amigos que se reúnen en una preciosa zona de Galicia durante las vacaciones de verano y pasan un día de excursión en bicicleta. Entre dichas aventuras se encuentra: vengarse de un grupo de quinquis que les acosan, encender peligrosos explosivos, robar, cometer allanamiento de morada, secuestrar un bebé… ¡La magia del verano! 

He de decir que la fotografía de esta película, a pesar de un par de decisiones que no llego a entender, es bastante vistosa, resaltando los preciosos paisajes gallegos, y capturando destellos del sol y luz dorada en encuadres dignos de postal. También la banda sonora es bastante bella, con aires celtas y un tono simpático y aventurero. Pero he ahí el quid de la cuestión. El tono que inspiran sus aspectos técnicos apunta al que en mi opinión es el mayor problema de Live is Life: la banalización y romantización de temas como la enfermedad, la desgracia, el acoso o la drogodependencia. No es que haya que tratar siempre estas cosas con colores grises y música lúgubre, pero en este caso esas decisiones indican una ligereza y falta de madurez enorme.

Uno de los cinco amigos acaba de salir del hospital por motivos de cáncer, y su único rol es ser el recurso narrativo que permite al grupo abrirse, sentir cosas y llorar. Tanto el personaje como su enfermedad están completamente deshumanizados, reducidos a una muleta sobre la que las escenas se apoyan para dar un poco de drama y punch a cada situación, por no mencionar la imagen que da de vivir con cáncer: aparentemente todo son ventajas. De forma similar pero a menor escala, uno de los chicos recibe un disparo en la pierna, suceso que nos lleva a un momento de tensión, y nunca más se vuelve a aludir a su herida. Las cosas pasan, los personajes reaccionan, y vamos a lo siguiente.

Live is Life

¡Y todavía no he llegado a la mejor parte! Estos chavalines preadolescentes pasan por la denominada “zona chunga” en una escena vergonzosamente plagada de todos los posibles estereotipos de pobreza a la par que clichés postapocalípticos, y entran en una iglesia abandonada en la que (literalmente) nadie les llama y, al ver un bebé al lado de una mujer supuestamente muerta de sobredosis deciden llevárselo. Porque… el guion lo dice, ¿supongo? De nuevo, es un recurso narrativo para añadir emoción a la cosa. “Vaya lío, chavales” concluye uno de los chicos. Pues sí. 

La clara influencia de Verano Azul o películas de aventuras de los 80 como Los Goonies o Cuenta Conmigo, a las que De La Torre trata de homenajear, tira más por la nostalgia y la idealización de una época que por posicionarse a la altura de dichas piezas. Las débiles ideas narrativas junto con el egoísmo y la discutible moralidad de las mismas me provocaron bastante enfado durante la proyección. Ahora, una vez pasada esta emoción y redactada esta crítica, simplemente elijo olvidarla. 

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