La Gran Familia Española, to er mundo e güeno

Daniel Sánchez Arévalo tiene una extraña capacidad para hacer un cine que podríamos llamar anestesiante: ni muy dramático, ni muy cómico y siempre dejando ese buen y peligroso sabor de boca de que to er mundo e güeno. Es obviamente una visión del mundo que por no compartirla tampoco debe no ser criticada.

La Gran Familia Española apela a los buenos sentimientos de esperanza, amor a la familia (por muy atípica que termine siendo), perdón y comprensión a los errores del prójimo. Esta familia que ve tambalear y cuestionar su sentido en el marco de una boda y un partido de fútbol aprenderá unos valores y todos se irán (nos iremos) a casa con una lección moral aprendida y una sonrisa en los labios. Como veis todo muy en plan unicornios vomitando arco iris. Por supuesto, ahora vendrá alguien a decirme que soy un amargado (o si no ya me lo digo yo) y que el cine tiene que ser bonito y eso…

La Gran Familia Española no quiere herir sensibilidades y quiere, ante todo, gustar y en ese sentido funciona a la perfección. Los diálogos están medidos a más no poder, saltando entre la brillantez y la falta de naturalidad; todos los personajes tienen su debido recorrido dramático para que acaben aprendiendo la lección; y en lo visual Sánchez Arévalo parece jugar a ser el Wes Anderson español. El caso es que La Gran Familia Española funciona a ráfagas con momentos realmente excepcionales (la preparación de la coartada de De la Torre, la confesión en grupo) frente a otros de vergüenza ajena (la coreografía inicial sobre todo). Aquí es donde La Gran Familia Española se muestra irregular ya que parece no encontrar un tono adecuado, llegando a parecer una de estas series españolas que quieren contentar a todos los públicos, desde el adolescente al abuelo.

La gran familia española

Al inicio mencionaba To er mundo e güeno y no era de manera gratuita. Para el que no recuerde, este es el título de la primera de una serie de películas que desarrolló Manuel Summers en los 80 y que consistían en unas cámaras ocultas que conjugaban un alto componente surrealista para enseñarnos que el ser humano es inocente y bueno por naturaleza. Y en cierto modo es lo que pretende contarnos Sánchez Arévalo: que por muchos errores que cometamos siempre vamos a saber rectificar a tiempo. Lo que me pasa es que me cuesta comulgar con el mundo de piruleta que me quieren vender y, en el fondo, es lo que menos necesitamos ahora mismo como sociedad: sonreír, mirar para otro lado y pensar que ganando un partido de fútbol y dándonos un abrazo todo se soluciona.

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