La alegría de las pequeñas cosas, el cielo puede esperar

No sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Esa es la premisa sobre la que gira La alegría de las pequeñas cosas, adaptación de Momentos de inadvertida felicidad, libro de Francesco Piccolo que ha llevado al cine , el firmante de La voz de su amo, con un guion del autor de la novela. 

La película parece un curioso cóctel de El difunto protesta y El cielo puede esperar, donde también un hombre volvía al mundo de los vivos por culpa de un error cometido en el paraíso; Qué bello es vivir, película de Frank Capra en la que un individuo en crisis pasaba revista a su vida con ayuda de un ser divino; y el humor de Woody Allen pasado por el filtro italiano de Nanni Moretti, cineasta con el que trabajó Luchetti en sus inicios. El resultado es una con elementos de que no alcanza a sus referentes y se conforma con ser un producto amable y algo sensiblero que nunca profundiza en los elementos más oscuros de la trama. 

La alegría de las pequeñas cosas

La cinta nos presenta a un tipo que se resiste a la idea de su defunción y presenta una reclamación en el cielo, donde le conceden una moratoria de hora y media para solventar asuntos pendientes que tenía en su vida. En ese tiempo se dará cuenta de sus errores: la infidelidad a su esposa, la escasa preocupación por los hijos, su inmadurez y la poca importancia que ha dado a los aspectos más cotidianos de su existencia. 

Sin embargo, Luchetti y Piccolo solamente apuntan estos elementos sin desarrollarlos demasiado ni optar por un tono más desasosegante y duro. Por el contrario, prefieren una obra complaciente y que acaba siendo una oda a la cristiana. Respecto a la estructura de la historia, los responsables del filme solamente consiguen que la trama se haga confusa por su escasa pericia al introducir los flashbacks. 

Quizá lo más relevante del conjunto acaban siendo algunos divertidos diálogos y el buen hacer de los actores Pierfrancesco Diliberto, que inyecta a su protagonista de una mezcla de inocencia y picardía, y Renato Carpentieri, entrañable como ese funcionario del cielo algo gruñón que acompaña al personaje principal en su tiempo de descuento vital. 

En resumen, La alegría de las pequeñas cosas es un largometraje descaradamente comercial que se ve sin esfuerzo, pero con poco entusiasmo. No produce vergüenza ajena, aunque se olvida tan rápido como se ha consumido. 

La alegría de las pequeñas cosas (Daniele Luchetti, 2019) ⭐️⭐️½

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