Seminci Valladolid 2019: «Un diván en Túnez (Arab Blues)», “Solo nos queda bailar» y «Echo»

“La Seminci siempre ha sido un festival centrado en lo social” decía hace un par de días un relevante director y productor español en un programa de televisión. Buena muestra de ello son las tres primeras películas que hemos visto en la Sección Oficial de la Semana de Cine Internacional de Valladolid: Un diván en Túnez (Arab Blues), con el Túnez post-primavera árabe de fondo, Solo nos queda bailar, con una Georgia de bailes tradicionales, y Echo, un mosaico de la fría Islandia.

Un diván en Túnez (Arab Blues, Manele Labidi Labbé, 2019) ⭐️⭐️

Un diván en Túnez, Arab Blues (Estreno en España, 3 de abril de 2020)
Arab Blues (Estreno en España, 11 de septiembre de 2020)

Un diván en Túnez (Arab Blues) presenta la historia de Selma, una joven que se traslada desde París hasta su natal Túnez, con el objetivo de rehacer su vida. Para ello, no tiene mejor idea que montar una consulta de psicoanálisis, algo que revolucionará su entorno. En su camino, Selma encarará la corrupción sistémica, desde los funcionarios a los policías, una familia que cuestiona sus decisiones y un machismo estructural que hará que todo se le haga cuesta arriba.

Pero Un diván en Túnez (Arab Blues) es una comedia, y todo está narrado con ligereza sin que la sangre llegue al río ni el drama aflore demasiado. Manele Labidi, guionista y directora, mantiene siempre un tono amable, denunciando, pero flojito, sin llegar a cuajar en el aspecto cómico con ciertos momentos de chiste demasiado chusco. De paso, presenta a los pacientes de Selma como una serie de personajes locuelos encantadores, trivializando así algo tan serio como los trastornos mentales. Aún así, los esfuerzos de Labidi, bienintencionados pero mal gestionados, se ven recompensados gracias a la magnética presencia de Golshifteh Farahani, actriz que lleva el peso de la película y hace más llevadera su previsible desarrollo.


Solo nos queda bailar (Levan Akin, 2019) ⭐️⭐️⭐️

Solo nos queda bailar
Solo nos queda bailar (Estreno en España 7 de febrero de 2020)

Solo nos queda bailar es la apuesta de Suecia este año de cara a los Oscars. Ciertamente sorprendente cuando vemos que es una película totalmente ambientada en Georgia, país que este año merece una retrospectiva en la Seminci. Levan Akin, su director, nació en Suecia de padres georgianos, emigrados en los 70, y para volver al país de nacimiento de sus padres ofrece una cinta de iniciación clásica pero interesante: la de Merab, un bailarín de danzas georgianas que aspira a la élite.

La historia que presenta Solo nos queda bailar es la algo típica del joven que ve aparecer el deseo hacia un compañero de baile y tendrá que enfrentarse a una sociedad que no es precisamente tolerante con la homosexualidad. Usando como metáfora el bello baile georgiano, tradicional y masculino, Akin desarrolla un entorno donde la hostilidad está soterrada pero presente y donde la únicas soluciones parecen ser la huida o el ostracismo. La historia de Merab puede que no sea demasiado original, pero no cabe duda de que su contexto la hace reseñable.


Echo (Runnar Runnarson, 2019) ⭐️⭐️⭐️

Echo

Tras ganar de forma sorpresiva la Concha de Oro hace unos años con Sparrows, Rúnnar Runnarson vuelve a las pantallas españolas con Echo, una película mucho más arriesgada que su anterior obra. Mediante 56 planos, se van sucediendo escenas cotidianas de la Islandia actual en los días de Navidad. No hay, en apariencia, armazón narrativo entre las escenas, ni asideros formales o de tono que los aúnen. Todo sucede con cotidianidad, desde la elección de un árbol de navidad a un encuentro incómodo en una parada de autobús hasta una casa incendiada de forma intencionada. Nada parece perturbar la paz de los islandeses, excepto el discurso de navidad de su Presidenta.

La película de Rúnnarson apuesta por un mosaico lleno de detalles casi imperceptibles donde la incomunicación, los gestos y el absurdo son la norma, sin llegar de todos modos a las formas de Roy Andersson. Aún así, la frialdad (disculpen la obviedad) de la propuesta puede hacer que los resultados sean algo opacos y crípticos: poco empeño pone el director en que encajemos alguna pieza, ya que no hay nada que encajar, convirtiendo a Echo en una película que a veces puede pecar de arbitraria, dejando al espectador a su suerte y a la merced de su paciencia. 

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