Festival de San Sebastián 2019 (Sección Oficial): «Patrick» y «La hija de un ladrón»

Ya os digo una cosa antes de empezar: no sé si será por la acumulación de películas regulares (y buenas, por suerte: este año el Zinemaldi anda bastante lúcido) o por el tiempo guipuzcoano, pero estas líneas las escribo con fiebre y constipado. Eso no nos ha impedido disfrutar del Festival de Cine más importante de España como se merece. Para empezar, hemos tenido cine contemplativo y representación española de la buena con La hija del ladrón. ¡Bienvenidos al Zinemaldi! 

Patrick (Gonçalo Waddington) * ½ 

Gonçalo Waddington

Aprecio el inicio de Patrick. De verdad, lo hago. Son momentos en la vida de una persona absolutamente descarriada con un comportamiento errático en el que es imposible verse reflejado. No rechazo tampoco su tesis principal (los monstruos generan monstruos), incluso cuando tratan de hacer pasar al psicópata de su protagonista como una pobre víctima sin culpa de nada. No la rechazo, pero tampoco la abrazo. Pueden decir lo que quieran en su película, que no les va a hacer tener razón.

El problema es que a partir de un primer acto bastante curioso y original entre el cine festivalero, Patrick cae en la apatía y en los tópicos de las películas de autor (planos muy largos siguiendo al personaje principal, pocos diálogos, imágenes sostenidas…). En lugar de transmitir sentimientos guardados bajo llave y momentos íntimos con emoción contenida, lo que hace es que a nadie le importe lo que haga Patrick, si es o no una víctima o si su comportamiento es o no excusable.

Lo que no es excusable es que alguien coja la idea de un como este y la convierta en largo por ver si cuela. Y cuele. Así vamos mal, Zinemaldi.


La hija de un ladrón () *** ½ 

La hija de un ladrón

Este es el ejemplo de cómo el cine puede ser íntimo y emotivo sin tener que recurrir al aburrimiento y los planos exageradamente alargados. La hija de un ladrón dista mucho de ser una , pero es más que funcional: monta unos personajes creíbles, deja claras sus relaciones, los hace evolucionar y culmina con un plano final que resume todo el film. ¿Por qué complicarse más?

La hija de un ladrón no es solo la historia de una hija alejada de su padre: es todo un retrato generacional de una Barcelona que no es la que sale en el telediario. La Barcelona olvidada, rascando empleos aquí y allí y con familias desestructuradas por doquier. Este retrato de la miseria millennial funciona y epata con quien está viviendo en primera persona esta situación, pero nadie permanecerá totalmente impasible ante este trabajo de ficción realista en el que una enorme Greta Fernández es capaz de disputarle el trono al mismísimo Eduard Fernández con un festival interpretativo.

Solo la escena final, en la que las dudas y los silencios no dejan acudir a los silencios, dicen más que muchas películas de autor completas. Una imprescindible del cine español de este año, y no es poca cosa: está en plena forma.

CONTINUARÁ…

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