Festival de Málaga: La vida inesperada

Festival de Málaga
Jorge Torregrossa, que ya presentó Fin en el Festival de Sevilla hace un par de años, presenta con su segunda película un guión de Elvira Lindo rodado en Nueva York e interpretado por Javier Cámara y Raúl Arévalo. Ha sido este un gran colofón para una Sección Oficial del Festival de Málaga repleta de películas mediocres que no serán recordadas dentro de un par de semanas (aunque algunos aun tengamos pesadillas con ciertos largometrajes de los vistos durante esta semana).

La vida inesperada es la historia de dos primos españoles en Nueva York: Cámara, un actor que sobrevive como puede en la Gran Manzana, y Raúl Arévalo, visitante fugaz que quiere replantear su vida. Ambos llenan sus personajes de matices demostrando con creces que son dos actores soberbios, capaces de mezclar con soltura drama y comedia. La pareja que forman es sobresaliente, en un un continuo toma y daca del que sale beneficiada la película.

El cine español necesita guionistas como Elvira Lindo. Así de contundente. La capacidad de ser tierno sin ser ñoño y sensible sin ser pasteloso es el principal sello de todos los guiones orientados a la comedia que la escritora madrileña tiene en sus espaldas. Pero sobre todo son destacables esos diálogos que emanan un gran trabajo de escritura pero que en ningún momento suenan forzados ni artificiosos. Igualito el argentino que aparece aquí que el de otra de las películas vistas en el festival.

La vida inesperada

Lindo ya tuvo en su momento a Miguel Albaladejo como director de cabecera antes de que éste hundiese su carrera en la mediocridad. Ahora parece haber encontrado en Torregrossa a un perfecto aliado que maneja con rotundidad los ritmos y diferentes tonos que La vida inesperada trabaja. Su forma de rodar la ciudad no es la de un turista fascinado por las luces sino la de un cineasta que ha sabido captar la psicología de estos extranjeros llenos de sueños.

Es La vida inesperada una película sobre los sueños rotos y el saber vivir con la losa de no verlos cumplidos, o al menos no como habíamos imaginado. Pero no hay moralina ni condescendencia en su discurso ni en su manera de tratar a los personajes, hecho que la hace más grande aun.

Dejar la mejor película vista en el Festival, con permiso de 10.000 km, es un movimiento arriesgado pero que al menos nos hace irnos con el buen sabor de boca tras una semana de cine irrelevante.

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