Festival de Málaga 2018: OJOS DE MADERA, la dicotomía del pastiche

Siempre hemos mirado con un aire despectivo al pastiche. A fin de cuentas, es una amalgama de cosas que crean otra nueva, una suerte de del arte. En nuestra absurda obsesión de la búsqueda de la originalidad, películas como La La Land han sido denostadas por esto mismo mientras que obras como La gran belleza han sido alabadas a pesar de ser un constructo de ideas ya concebidas. Una vez más: lo importante no es lo que hagas, sino como lo hagas. He repetido hasta la saciedad esta frase porque el recelo a la influencia en pos de una absoluta originalidad determina demasiado nuestra mirada, y aunque el pastiche pueda ser fácilmente sinónimo de fracaso, de vez en cuando aparecen obras que saben conjugar las piezas a la perfección. Ojos de madera, no obstante, camina en un limbo peligroso entre ambas fronteras, entre la calidad y la pretensión.

Ojos de madera

Justo cuando pensaba que no tendría que volver a citar a David Lynch en esta edición del , van y me plantan Ojos de madera. Lo cierto es que es muy extraño ver una cinta tan obtusa y arriesgada en sección oficial. La película recoge en clave sugestiva las experiencias de Víctor, cuya infancia es un hervidero de traumas y miedos. Víctor no habla, pero nos cuenta su vida a través de su mirada deformada por la imaginación y el subconsciente. No es difícil ver las similitudes con la filmografía del norteamericano; tanto en The Grandmother como en Cabeza borradora, Lynch explora la herida emocional y los miedos irracionales desde una perspectiva psicoanalítica heredera del , y el uso del blanco y negro, sumado a las siniestras imágenes, refuerza la pesadilla. El miedo al sexo de Cabeza borradora y los conflictos paterno-filiales de The Grandmother son, además, los dos grandes pilares temáticos de Ojos de madera.

El filme de Roberto Suárez y Germán Tejeira demuestra una precisión técnica envidiable, con imágenes absolutamente pictóricas que se aprovechan del contraste lumínico. La certera fotografía convierte al film en una sucesión de gran angulares, acentuados puntos de fuga, movimientos suaves de sensación onírica que funcionan a la perfección, pero que nos siguen recordando a viejos conocidos como y su seguidor David Lynch, otra vez, sin contar la influencia del cine ruso y la fotografía directa. La y la profusión del punto de fuga sobre el que transcurre la escena nos remite a Michael Haneke, mientras que el motivo del circo nos recuerda a Fellini visto desde el punto de vista de El hombre elefante.  ¿Acaso hay algo original original en esta película?

Pero, ¿y qué si no lo hay? ¿Hay algo original en La gran belleza o es sólo la unión de las poéticas de Baudelaire con el neorrealismo felliniano y la cámara de ? ¿Y por qué eso no puede ser por sí mismo algo maravilloso? Ojos de madera es evidente en sus referencias si las conoces, pero el conjunto sigue en pié y te sigue transmitiendo la misma sensación. Tampoco hablamos de una copia exacta de David Lynch: mientras que en esta obra la visión deformada de Víctor apenas deja entrever la realidad, el de Montana distorsiona la realidad misma para convertirla en una ensoñación, lo que incrementa exponencialmente nuestra inquietud. El pastiche deja de tener connotaciones peyorativas para convertirse en la imitación de un estilo, en un análisis de las virtudes de ciertos autores que se reinventan para crear algo nuevo. ¿Eso significa que la película es notable? Pues…

Ojos de madera

Si algo caracteriza a este tipo de obras más surrealistas es la necesidad de múltiples visionados para obtener una lectura unitaria. Desde luego, en un primer vistazo se aprecia una intencionalidad que, aunque escape a nuestra impresión, que nos deja en vilo, obligándonos a teorizar y sacar nuestras propias conclusiones. Ojos de madera camina por la cuerda floja en su apuesta, pues el respetable en su confusión puede alabar o condenar una obra que requiere tiempo y revisión.  Personalmente, sigo convencido de su acierto.

Ojos de madera tiene un camino difícil por delante: de corte experimental, 65 minutos de duración, un blanco y negro digital que rara vez funciona en televisión… No es el tipo de películas hechas para ganar dinero, pero son el típo de películas que necesitamos para dar un toque de atención y exigirnos más.

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