Las distancias

Festival de Málaga 2018: «Las distancias», como en los viejos tiempos

Creces, te haces mayor, empiezas a tener responsabilidades y la cosa cambia; tu cambias. De repente, te pones a recordar y echas cuentas: resulta que hace tres años que cortaste con tu ex, o hace dos desde que no hablas con tu colega de Universidad. Este ha sido uno de los temas que reflexionamos a medida que maduramos. Yo la busco quiso hablar del paso del tiempo en las relaciones humanas, de quedarse atrás o madurar, pero Las distancias busca explorar este concepto cuando el proceso ya ha culminado. Esta es una apuesta algo menos original – ya el año pasado, Redemoinho divagó sobre esto mismo en la puesta al día de dos amigos separados por la distancia-, pero sigue siendo igual de efectiva. Las distancias, como Yo la busco, coinciden en tema y, por desgracia, también en decepción, pues son dos cintas que han desperdiciado un material soberbio.
Las distancias
Las distancias es una de esas tantas películas «festivaleras» deudoras del Dogma: cámara en mano, sin artificios, una estética y actuación naturales… A partir de dicha estética, la película de Elena Trapé articula su historia alrededor de un grupo de amigos que se reúnen tras años de distanciamiento. Lo cómico no tiene cabida en esta amarga película, que enfrenta antiguas rencillas con el desencanto por la vida, expuesto con una sutileza que nos obliga a deducir lo que hay detrás. Esto brilla más en el conflicto, en el dialogo entre los personajes, donde la tensión se densifica a medida que avanza la conversación. Elena Trapé confesó su predilección por este tipo de filmes, pero lo que cualquier otro director o guionista convertiría en comedia, Trapé lo convierte, como en Formentera Lady, en un drama sobre el egoísmo.
La ensimismamiento del personaje de Miki Esparbé, que ante la situación decide huir, termina por ser la opción menos nociva que se percibe en el choque. El resto de personajes se escudan ante la miseria en un montaje en paralelo que remarcar las distancias físicas y emocionales. Desarrollar a estos personajes de forma separada es un acierto que, en parte, acaba por boicotearse a sí mismo, pues este es un drama que pide dialogo. El trasfondo de cada personaje, a pesar de su propuesta silenciosa, carece de demasiada profundidad, fácilmente identificable y sin una evolución. Es más un retrato que una fórmula narrativa, lo cual sería un acierto de no ser por una mala conjugación en la dirección, que alarga las escenas sin expandir nada. La trama, pues, acaba siendo excesivamente densa en relación a la profundidad que nos ofrece.
Las distancias no llega a ser una película “generacional”, como algunos periodistas ya han afirmado. Más bien es un asunto universal, que nos llega a todos según avanza la vida. Elena Trapé nos ofrece un contenido maravilloso con una extraña ejecución que ha complacido a algunos y defraudado a otros. Supongo que les queda a ustedes decidir.

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