Le Mystère Henri Pick – o como acertadamente se tituló en España, La biblioteca de los libros rechazados – padece de lo que podría llamarse «el síndrome del pez globo», una curiosa forma de llamar a aquellas películas que magnifican su dramatismo al abordar asuntos banales. Con tono de thriller se narra un misterio prosaico, la duda sobre si la novela más revolucionaria jamás descubierta fue escrita o no por un sencillo pizzero de la Bretaña francesa. Resulta simpático ver cómo la bibliofilia, un universo muy humano con vocabulario y proceder propio, tiene un papel seductor en su trama. Seguramente cabría esperar, como en el caso del Sr. Pick, una historia autoconsciente de su propia ironía en Los traductores (Régis Roinsard, 2019), y quizá por ello eché en falta el particular cariño a dicha humanidad entre novelas, en este caso algo adulterada.
Quizás el punto de vista no haya sido el adecuado, permítanme corregir un segundo. Retratar la bibliofilia no es el punto, si bien esa ilusión por la palabra escrita va más allá de los nombres o los conceptos. Lo que Los traductores parece transmitir en sus primeros compases es esa particular simpatía para con su planteamiento: traductores de todo el mundo se reunen en el bunker secreto de una mansión francesa con el fin traducir un libro que, misteriosamente, es filtrado bajo extorsión. «El síndrome del pez globo». Los personajes son dibujados y expuestos con las mismas escasas líneas; el villano, paródico cuanto menos. Todos gozan del carisma necesario para resistir la impaciencia del público. Con tales piezas y buen ritmo, comienza una cinta que emula con irónica autoconsciencia los relatos de Agatha Christie… hasta que se convierte en uno de ellos. Cómo el aire que impregna el pez se llena del aroma que imita es cuanto menos sorprendente. Los traductores muestra su lado más turbio y trágico en un curioso giro de los acontecimientos, y su transición es tan fluída que no te das cuenta de cómo las piezas han encajado a la perfección hasta que ya es demasiado tarde.
Para entonces, la cinta ya te ha atrapado y sólo puedes dejar que la corriente te lleve. Roinsard no deja hilo sin puntada en su guion, es por eso que sus giros incesantes resultan tan satisfactorios. El pez globo ya alberga algo más en su interior. Sin embargo, circular por la autopista a toda velocidad no permite detenerte en el paisaje. Para entonces las pretensiones políticas apenas relucen como un mero añadido que incluso molesta por su banalidad. Que el dinero incite al mal y destruya la literatura sea la tesis de la historia deja en mal lugar a los cuidados guiños que el autor realiza en forma y contenido. Para entonces, cuando la cinta ya te ha atrapado, los giros se sostienen en el aire, avanzando la trama a tal ritmo que la incertidumbre no encuentra espacio. El misterio se pierde, nada se construye y sólo queda que esa información revelada a tres tiempos de paso a una historia llamativa pero no intrigante, satisfactoria pero no edificante.
Los traductores juega bien sus cartas hasta el punto de que su texto y puesta en escena rozan una satisfactoria perfección, que no es sino emoción artificial, carente de misterio. Por muy consistente que sea el aroma, el pez globo seguirá lleno de aire.