Especial Oliver Stone: JFK (1991)

A la tierna edad de 16 años ya había visto JFK de Oliver Stone al menos cuatro veces. Dos veces en el cine, una alquilada en el videoclub y otra en un cine club que organizaba en instituto. Tengo que reconocer que cuando la vi en su momento fue muy grande el impacto que me causó. En realidad fue una mezcla de muchos factores: lo impresionable que es uno a esa edad, el fondo de lo que me estaba contando y la forma en que estaba contado.

No le descubro a nadie la pólvora si digo que uno de los ejes narrativos de JFK es la investigación que el fiscal del distrito de Nueva Orleans Jim Garrison llevó a cabo sobre el asesinato de John Fitzgerald Kennedy, siendo éste el único juicio con acusados que realizó sobre el magnicidio. Aquí, Oliver Stone aprovechó de nuevo para realizar su juicio particular al país que le vio nacer y que tan harto estará de sus monsergas. La tesis principal es que en lo de Kennedy estuvo implicada hasta Rita la Cantaora: todo fue un complot orquestado por el FBI, la CIA, el Pentágono, la Casa Blanca, la Mafia, los Comunistas y todo el que pasaba por allí. Por el camino, también apuntaba con el dedo a los medios de comunicación y al público norteamericano que se tragaron lo de que Lee Harvey Oswald en solitario había asesinado al Presidente de los Estados Unidos de América.

La táctica de Stone consistió en un abrumador ejercicio de muestra de datos que hacían prácticamente imposible no acabar comulgando con su tesis. En toda una primera parte nos presentaba todo lo que rodeo al asesinato, en una segunda la extensa investigación y en una tercera parte el juicio en si. Lo que vendría a ser una estructura en tres actos de toda la vida. Pero a este clasicismo Stone le añadió una pátina de modernidad al relato mediante el montaje y la fotografía.

Para la labor de edición Stone, junto con los montadores Pietro Scalia y Joe Hutshing, elaboró una narración que bebía de los modos habituales del documental. Pero no se quedó solo en esto, también se acordó de su anterior película The Doors y en ciertos puntos usó los recursos psicodélicas de aquella. Para la fotografía contó con el maestro Robert Richardson que con el tiempo se convertiría en el operador habitual de Scorsese y Tarantino. Aquí Stone desarrolló un camino de experimentación formal que había iniciado en The Doors y culminaría con su siguiente película. Mencionar que de los 10 Oscars a los que estuvo nominada la película sólo ganó los dos a estos apartados. A ambos les ayudó sobremanera la soberbia partitura compuesta por el maestro John Williams en el que probablemente sea uno de sus trabajos menos conocidos pero más eclécticos.

A la hora de elaborar el reparto Stone consiguió que todo el que estaba interesado en el proyecto cobrase mucho menos de lo que solía. Así, embaucó a un plantel de secundarios como Tommy Lee Jones, Joe Pesci, Donald Sutherland, Kevin Bacon, Jack Lemmon o Sissy Spacek. Todos ellos liderados por un omnipresente Kevin Costner que encarnó a la perfección a un personaje que, en cierto modo, venía de los arquetipos idealistas encarnados en su momento por James Stewart. Costner consiguió dar una gran veracidad y emoción a un papel que en principio podría haber sido un coñazo con tanto dato y tanto buenismo. Aun me resulta imposible no emocionarme en la última parte del juicio donde Kevin echa el resto con su discurso con la voz quebrada; el sentimiento transmitido en esta parte es la mejor muestra de como se puede conjugar un discurso cerebral con algo salido de las tripas.

En conclusión, que Oliver Stone hizo la que probablemente sea su mejor película.. Una Obra Maestra que un servidor no se cansa de ver a pesar de sus más de 3 horas y veinte de duración. Ah, es verdad, no había dicho que era una película muy larga.

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