El hijo de David Yarovesky

El hijo, mal of steel

James Gunn y los superhéroes comiqueros siempre se han llevado bien. Ya sea dando rienda suelta a su lado más pocho y salvaje en obras tan interesantes como Super o en las más mainstream pero igual de maravillosas entregas de Guardianes de la Galaxia, Gunn ha demostrado que el género le va como anillo al dedo. Dentro de unos años veremos si su mano es capaz de salvar la secuela de Escuadrón suicida de ser el bodrio nauseabundo que fue su primera parte, pero por lo pronto esta semana se estrena El hijo, una cinta mucho más modesta aunque no por ello poco estimulante.

El hijo de David Yarovesky

Escrita por sus dos hermanos menos conocidos y ejerciendo aquí sólo en calidad de productor, James Gunn trae a nuestras pantallas una revisión de los orígenes de Superman en clave jodida: ¿qué pasaría si Kal-El resultase no ser tan bondadoso y en su lugar fuese un niño genocida con muy mala idea? El hijo es el motivo real por el cual Bruce Wayne se pasó las dos horas y media de Batman v Superman poniendo cara así como de oler mierda.

Eso sí, pese a que la premisa sea de lo más atractiva, quizá al producto final se le eche en falta un pelín más del gamberrismo del que suele hacer gala el ex-realizador de la Troma. No es que no se note su sello, pero sólo en pequeñas pinceladas de lo que no deja de ser una cinta de terror bastante rutinaria en sus dos primeros actos. Dicho de otra forma: por más sustos que se metan, a cada cual más gratuito y predecible, la cosa no va a dar más miedo. Habría sido preferible potenciar el lado cómico —relegado a escenas puntuales y un par de personajes secundarios— de la propuesta y disminuir los subidones repentinos de volumen.

De todo modos, tampoco se puede hablar aquí de una idea desaprovechada. Ni siquiera sería justo afirmar que el film no da lo que promete. Nada más lejos de la realidad. El problema es que sí nos deja con ganas de más. El hijo funciona mil veces mejor cuando abandona por completo cualquier atisbo de sutileza y se mete de lleno en una orgía gore con superpoderes protagonizada por un cruce entre Clark Kent y Damien de La profecía. El director David Yarovesky, además, consigue exprimir un irrisorio presupuesto de 6 millones de dólares y marcarse unas set-pieces la mar de macabras y resultonas.

El hijo de David Yarovesky

Por desgracia, como digo, todo esto no ocurre hasta bien entrado el tercer acto. Que si bien no es algo completamente negativo, ya que al fin y al cabo la cosa termina literalmente por todo lo alto, sí que deja al espectador con una sensación de coitus interruptus imposible de ignorar. Con suerte, dicha sensación será mitigada por una hipotética continuación que El hijo pide a gritos. No me queda más remedio aquí que desear con todas mis fuerzas que la recaudación en taquilla vaya como la seda y se marquen una saga o universo cinematográfico de gente turbia con capacidades sobrehumanas.

En el caso de que decidan continuar, estaría bien que pulieran un poco más el libreto la próxima vez. Aunque se agradece que los guionistas vayan al grano y no pierdan el tiempo con rellenos innecesarios, por momentos los protagonistas toman decisiones que se sienten demasiado precipitadas y sus evoluciones no resultan del todo creíbles. 

Los pobres actores —especialmente un Jackson A. Dunn que tarda más bien poco en mutar de alegre pillastre a hijo de la grandísima puta— hacen lo que pueden para intentar disimular que están interpretando a clichés andantes. Puedo entender que esa era la idea, al estar subvirtiendo y parodiando unos arquetipos clásicos, pero desperdiciar talentazos como el de Elizabeth Banks en personajes tan poco interesantes está un poco feo.

El hijo de David Yarovesky

Quejas aparte, El hijo es un entretenimiento majísimo: un muy disfrutable reverso tenebroso de El hombre de acero especialmente diseñado para los fans de los sustos, los niños cabrones y la sangre a borbotones. Pero hay que ir a verla al cine, porque la secuela va a ser aún mejor y por mis santos cojones que la tienen que hacer. 

No me defraudéis, copón.

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