Django desencadenado, DiCaprio y Jackson ganan la partida

No me acostumbro a que Tarantino sea un cineasta mainstream. No me cuadra que su cine sea pasto de multisalas e infames doblajes al español. Igual que no me acostumbro a que todas sus películas sean alabadas mayoritariamente. Quizás por eso mi película favorita de Tarantino siga siendo Jackie Brown, su película menos reivindicada, seguida muy de cerca por Kill Bill, esa película de cuatro horas que los tipejos de los Oscars ningunearon totalmente. Ahora con Django desencadenado Tarantino entra en la maquinaria de lo oscarizable tal y como hizo con Malditos bastardos.La asimilación del outsider, tal y como le ha pasado a Haneke, por parte del mainstream. Obviamente, esto no resta el más mínimo mérito a Django desencadenado.

Con Django desencadenado Tarantino vuelve a lo suyo: destripar géneros cinematográficos, exprimirlos y que todo parezca hecho por primera vez. Y tenemos todas y cada una de las constantes del director: las parrafadas, la molonidad y el exceso. Pero sobre todo tenemos lo que siempre tienen las películas de Tarantino: una absoluta falta de previsibilidad que hace que aun conociendo que es una de Tarantino nunca sabes por donde va a salir. Y por supuesto Django desencadenado es una película muy muy entretenida y por eso está gustando tanto.

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Está claro que poco puede salir mal poniendo como pareja protagonista a Christoph Waltz y Jamie Foxx. A pesar de que el primero repita ciertos ademanes de su celebrado Hans Landa, sigue teniendo ese carisma que hace que te embobes con su labia y declamación. Foxx es el que pierde la partida a pesar de su imponente presencia, en cierto modo como le pasaba a Brad Pitt en Malditos bastardos, pero más que nada porque su personaje es el que menos chicha tiene.  

Pero los ganadores del juego son sin duda Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson. El primero ofrece la que probablemente sea la mejor interpretación de su casi intachable trayectoria. El placer y sadismo de Calvin Candie le debería haber dado todos los premios habidos y por haber a DiCaprio pero parece que la incorrección política del mismo le haya jugado una mala pasada. De hecho, ha habido mucha más polémica por el indiscriminado uso de la palabra nigger, término tremendamente ofensivo para el público norteamericano, que el que hubo en Malditos bastardos al referirse a los judíos. Y después tenemos al inmenso Samuel L. Jackson como el negro colaboracionista Stephen, lo más bajo que se puede caer moralmente. Es en el momento en que estos dos personajes aparecen en escena donde Django desencadenado se eleva y nos eleva de forma magnífica.

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De todos modos, debo ponerle algún peros a Django desencadenado. Tarantino es un cineasta desmesurado y tendente a dejar hablar a sus personajes de forma excesiva. Mientras que en ciertos momentos se alcanzan cotas sublimes como puede ser el monólogo de DiCaprio y la calavera, en otros como es la escena de Jonah Hill y las capuchas del Ku Kux Klan se me antojan alargadas. La digresión es la marca de la casa Tarantino, esto es así desde sus inicios, pero a veces también es su cruz.

La pregunta ahora es cuál será el siguiente género cinematográfico que el señor Quentin pervertirá. A pesar de que sus películas siempre tienen sentido del humor aun no se ha atrevido a una comedia pura y dura. No sería mal paso.

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