Cementerio de animales, no profanar el sueño de los muertos

La nostalgia es en ocasiones bastante traicionera. Los recuerdos de un pasado donde éramos más jóvenes y teníamos menos responsabilidades pueden hacernos condescendientes con los productos culturales de épocas pasadas. Es el caso de Cementerio viviente, la primera versión de la novela de Stephen King, Cementerio de animales, que dirigió Mary Lambert en 1989. 

Cementerio de animales

La cinta de 1989 forma parte de esa época donde las adaptaciones del escritor norteamericano eran esperadas como agua de mayo por los fans del terror y de los libros del novelista. En esta ocasión, además, el propio King se hacía cargo del guion y realizaba un pequeño cameo. Sin embargo, si calificamos la película con ojos de esta segunda década del siglo XXI, el largometraje es poco más que un telefilme del montón. Lambert es incapaz de imprimir ritmo al conjunto, su puesta en escena es rutinaria y la dirección de actores francamente mejorable. A pesar de ser una cinta mediocre, obtuvo el suficiente éxito como para generar una secuela, Cementerio viviente 2, que también contó con la dirección de Lambert, aunque estuvo lejos de ser el taquillazo esperado. 

Tres décadas después, Kevin Kolsch y Dennis Widmyer, responsables de episodios de la  serie de TV Scream y la cinta independiente Starry Eyes, realizan una nueva versión del original de King con el título castellano de Cementerio de animales. El punto de partida es el mismo: una familia con dos niños pequeños se muda a un lugar solitario donde se encuentra un cementerio de animales misterioso. Los directores dotan al conjunto de un mejor acabado visual y los guionistas, especialmente en la primera parte del filme, pretenden dar un mayor calado psicológico a los personajes. Sin embargo, nada acaba de funcionar.  

Cementerio de animales

Cementerio de animales se queda a medio camino entre el melodrama y el vulgar filme de sustos. Hay elementos escasamente apuntados, como el descubrimiento de la muerte por parte de la hija de los protagonistas, pero no están suficientemente desarrollados. Por otra parte, los esfuerzos por dar un mayor peso en la trama a los personajes de la madre y el vecino anciano se quedan en esbozos bastante torpes. Tampoco acaba de funcionar el retrato psicológico del padre, un doctor obsesionado por la muerte de un paciente que empieza a vislumbrar que la malignidad de ese territorio cercano a su casa donde los fallecidos vuelven misteriosamente a la vida. No obstante, quizá lo peor del conjunto sea un desenlace precipitado y risible que traiciona y edulcora en exceso el final de la primera versión, lo mejor del filme estrenado hace treinta años. 

Pese a encontrarnos ante un largometraje fallido, esta adaptación de Cementerio de animales tiene hallazgos puntuales, como la caracterización del gato maldito que comenzará a enturbiar el ambiente del hogar o la interpretación de John Lightlow, entrañable como ese vecino que pretende ayudar y solamente empeora la situación. 

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