Arsénico por compasión, un lugar donde la locura no corre… galopa casi

Imagina una situación imposible, con personajes que jamás se habrían dado cita en ese lugar en ese preciso momento, unas horas antes de la noche de Halloween, y sobre todo, para hacer lo que se disponen a realizar; pues este es el comienzo que Frank Capra plantea para esta auténtica maravilla del cine clásico, aunque en mi criterio no existe ese concepto, aunque sí cabría decir que era cine de otra época, y que se veía de otra manera, que mi padre se esmeraba en explicarme, en describirme como eran aquellas sesiones donde la gente hacia vítores en el cine, donde se pateaba la platea y donde la gente gritaba improperios y se sobrecogía cuando salía el malo.

No dejo de imaginarme las risas y carcajadas cuando todo empieza en esa ventanilla del juzgado donde todo se torna complicado para Gary Grant, aunque nunca llegue a perder su peinado. Pero esta escena inicial no pasa más que por una mera anécdota de lo que sucederá de aquí en adelante, un despropósito de historias mezcladas, una genial locura de entradas y salidas, confusiones, coordinación de los actores y una magistral puesta en escena que limita a un único espacio el desarrollo de toda la historia. Una delirante y trepidante actividad, que algunos llamarían humor negro, pero únicamente porque la muerte es un personaje más en el elenco actoral, la muerte como respuesta, la muerte como solución, lo que la aleja mucho del concepto de humor negro que se viene esgrimiendo en la actualidad, más cercano al humor de mal gusto.

Arsénico por compasión, es una adaptación de la obra de teatro de título homónimo, escrita por Joseph Kesserling, que se mantuvo en representación hasta tres años después de la finalización del rodaje de la película de Capra, lo cual llevo al retraso del estreno de la misma, lo cual no deja de ser una mera anécdota, de esas que quedan muy bien en tertulias con mucho humo y donde la gente habla de enfoques y planos, donde priman más este tipo de anécdotas que la historia que nos contó la película.

Mención aparte merecen los actores, empezando por el mismo Grant, siempre indespeinable, pero que en esta película es objeto de un flequillo algo díscolo y con esa preocupación permanente que muestra por todo lo que sucede en la escena. Josephine Hull y Jean Adair que dan vida a las tías de Mortirmer, el personaje que interpreta Grant, compasivas señoras que se preocupan por el prójimo en su peculiar estilo, o la caracterización de Raymond Massey, con un parecido más que evidente con Boris Karloff, consecuencia de ser este el intérprete de la versión teatral, y que da lugar a una de los gags más divertidos, al menos para mí, de toda la película, y que es otra de esas cosas a mencionar en las tertulias con humo. El punto gris de todo el reparto lo representa Priscilla Lane, cuya interpretación no es que sea pobre, posiblemente quede eclipsada ante la genialidad del resto.

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Anécdotas y más anécdotas se suceden si indagas en la historia de esta película, desde la inspiración del personaje del hermano chiflado de las tías de Mortimer, o la propia policía poco avispada y un director de manicomio, con poco interés por la salud mental. Pero a fin de cuentas, esta es una película que nos enseña un cine que ya no existe, o al menos una forma de entenderlo que cada vez cuesta más encontrar, un cine que estaba hecho para el espectador, pero sin menospreciar su intelecto, un cine que se veía comiendo pipas, o en su defecto palomitas, y que no requería ser comprendido ni asimilado de forma especial, un cine para divertirse viendo cine, y aun así, hoy en día, películas como estas son consideradas obras maestras por los mismos que consideran el termino comercial como algo despectivo. Una película que yo consideraría para tomar ejemplo, más que simplemente para recordarla.

Espero que si alguno no ha visto nunca esta película y se decide, disfrute como lo hice yo en todas y cada una de las ocasiones en que la vi, y que se deje llevar por la locura, o como dice Grant, «La locura corre por toda mi familia… galopa casi».

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