La noche de los reyes es una película que entra en esa distinción de películas inclasificables. Por un lado nos acerca a una producción de Costa de Marfil, una cinematografía exótica de la que casi no tenemos ningún referente. Por otro lado, nos encierra en un único espacio del que solo salimos en determinados momentos de la narración. Pero es el tono de La noche de los reyes seguramente el elemento más perturbador. Mezcla drama, aventura y comedia en un entorno hostil y asfixiante.
La obra arranca con la entrada en la prisión “La Maca” de un joven que rápidamente se ve apabullado por un entorno carcelario donde los propios presidiarios son los que se encargan de gobernar bajo la tutela de unos militares que solo parecen ejercer el papel de observadores. El líder de “La Maca” es Black Beard, un hombre en un estado de salud dudoso y pegado a una bombona de oxígeno que le mantiene en pie. Black Beard decide nombrar rápidamente al nuevo recluso bajo el nombre de Roman, cuya función es contar historias durante toda una noche de luna roja. Sin poder prepararse y hacerse a la idea de la situación Roman debe rápidamente hacer sus funciones esa misma noche bajo la presión de un entorno sumamente hostil. Roman utiliza la historia de Zama King, una leyenda dentro del crimen costamarfileño, para sobrevivir la noche de una forma literal. Roman poco a poco va ganando confianza y lo que parecía ser un relato realista poco a poco va derivando a algo más onírico y fantástico. Pero poco a poco va quedándose sin nada que contar aunque sabe que no debe parar hasta que amanezca.
Uno de los principales atractivos de La noche de los reyes es el descubrimiento de las distintas jerarquías y personajes que se encuentran dentro de la prisión, donde destaca un Denis Lavant como único hombre blanco ejerciendo de gurú con una gallina siempre pegada a sus espaldas. La película es también un interesante ejercicio metalingüístico ya que sitúa diferentes niveles de narración. La principal es la protagonizada por Roman donde nosotros somos los espectadores, la secundaria es la que Roman explica a los reclusos y en la que tanto estos como nosotros somos espectadores. Un tercer observador podrían ser los militares que vigilan la cárcel y cuya función es solo intervenir cuando los reclusos se salen de sus cabales. Este último parece ser un reflejo del propio autor vigilante y quien al fin y al cabo tiene el control final de la narración.
La noche de los reyes puede ser una película de acceso complicado y de una pesadez que a veces puede ser un lastre. Pero no se puede negar que es una obra interesante no solo por los personajes y cinematografía a la que nos acerca sino en su propio uso de los elementos narrativos. Seguiremos la pista de su director, Philippe Lacôte, para ver hacia que nuevos universos nos conducirán sus películas.