A la vuelta de la esquina, los silencios de la vida

Hace falta talento cinematográfico, sensibilidad artística y un conocimiento rico de los ambientes laborales para poner en pie una película como A la vuelta de la esquina. Sin grandes ambiciones ni la habitualmente impostada voluntad de discurso, con la modestia de quien sólo conoce/filma un fragmento del mundo —un pequeño espacio humano con media docena de personajes— y de quien apenas puede poner sobre la mesa tres o cuatro convicciones, Thomas Stuber nos regala una historia llena de matices en la que el espectador dispone de su lugar para preguntarse sobre los personajes y sintonizar con sus titubeos, dilemas y deseos. 

A la vuelta de la esquina

El espacio de un gran hipermercado es, prácticamente, el único set de A la vuelta de la esquina: un marco laboral con gente de clase obrera que realiza tareas de reposición de mercancía en las estanterías y que recuerda algunas películas de Aki Kaurismäki. Allí llega Christian, un joven con labio leporino que le dificulta la dicción y tachado de novato desde el primer momento. También desde su inicio le advierten que tiene que ocultar sus tatuajes. Es encomendado a Bruno, trabajador experimentado que le va enseñando su tarea y, sobre todo, el manejo de la carretilla elevadora, lo que requiere un aprendizaje que a Christian le lleva su tiempo y esfuerzo. Callado y atento, Christian se siente atraído por Marion, una compañera a quien no ve mucho, porque no coincide en los turnos ni en la misma sección. Tras tomar algunos cafés con ella Christian se aleja al saber que está casada, aunque cambia su perspectiva cuando le dicen que, al parecer, la maltrata su marido.

En varios momentos, como indicativo de que una nueva y repetida jornada laboral se inicia, el relato muestra primeros planos de Christian estirando las mangas y el cuello de la bata con el fin de ocultar sus tatuajes. Ello sugiere un pasado pandillero y revela su disposición hacia este nuevo trabajo. Esas repeticiones vienen acompañadas de fragmentos de las tareas en el hipermercado y de la convivencia entre los trabajadores: no hay una visión hostil del ambiente laboral (el jefe despide personalmente dando la mano a cada uno al finalizar la jornada laboral), aunque se presenta alguna rencilla (Bruno no presta la carretilla a un compañero). Aunque sí un fuerte contraste con la vida familiar, en algunos casos inexistente (Christian, Bruno) o más que deficitaria (Marion).

Christian y Marion desarrollan una distanciada, serena y respetuosa relación. No quieren engañarse ni herirse; tampoco dar pasos en falso. El mundo que les rodea es notablemente gris, áspero en muchos aspectos, con gente un tanto primaria, aunque no sean malas personas. En ese ambiente, que es el de tantos millones de personas, el amor parece el único medio de supervivencia: la falta de amor puede llevar a la desesperación o a adoptar máscaras de bufón. Es decir, a no ser uno mismo. 

A la vuelta de la esquina es una propuesta muy honrada y equilibrada; sin énfasis de ningún tipo, con los silencios que tiene la vida y sus mismas repeticiones de gestos y lugares comunes. La banda sonora es rica en temas musicales —temas clásicos en contraste con el medio laboral estridente; canciones que engarzan secuencias; ruidos de coches y máquinas que caracterizan momentos y lugares— y en un ruido particular de las máquinas que recuerda el rugido sereno del mar. Destila una gran verdad y mucha ternura en esos personajes: corrientes como miles de ellos en cualquier lugar, pero únicos como somos todos y cada uno de los humanos. 

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