Valerian y la ciudad de los mil planetas, los mundos de Besson

A estas alturas deberíamos saber que Luc Besson no es ni el tipo más sutil del mundo ni el mejor guionista que podemos encontrar. Besson es de esa raza de cineastas que no tiene miedo a nada y que sabe que en la mayoría de los casos las tripas volcadas en un proyecto cuentan más que los manuales de guion. En su nueva película, Valerian y la ciudad de los mil planetas, el director francés adapta una veterana serie de cómics que devoró de niño. Por tanto, estamos ante una película que nace de la nostalgia y el recuero del Besson niño, quien pretende que sintamos todo lo que él sintió cuando descubrió el cómic, y como viene siendo habitual en el cine del francés, prima el corazón sobre el raciocinio.

Valerian y la ciudad de los mil planetas

Valerian y la ciudad de los mil planetas comienza con toda una declaración de intenciones: la evolución del ser humano mediante la conciliación de las razas terrestres y el posterior descubrimiento de numerosas razas alienígenas que se unen para compartir conocimiento. Todo ello narrado bajo el ritmo del Space Oddity de Bowie y un posterior discurso de Rutger Hauer. A continuación, se nos introduce la destrucción del planeta Müi que otros cineastas hubiesen complementado con cartelitos o irritantes voces en off: Besson se imbuye del espíritu del mejor Paul Thomas Anderson y narra todo este epílogo confiando en la imagen y triunfando con un arranque que confirma que el cineasta galo no es un cualquiera.

Decir que el resto del metraje no está a la altura de tan sublime prólogo sería tan exacto como injusto para el resto de la película. Valerian y la ciudad de los mil planetas funciona a las mil maravillas y con imparable progresión a pesar de lo trillado de su trama y el cuestionable carisma de Dane Dehaan, su protagonista. A Besson lo que parece interesarle es la creación de imágenes que desafíen nuestro intelecto (sin olvidar un excelente acompañamiento musical obra del ubicuo Alexandre Desplat), el diseño de espacios que cuestionen nuestra racionalidad (toda la escena del desierto/mercado) y, de paso, subvertir unos cuantos tópicos sobre los bribones espaciales (Solo, Quill…) y el rescate de damiselas, con una co-protagonista interpretada con sorprendente solvencia por Cara Delevingne que bien merecería aparecer en el título de la película.

Valerian y la ciudad de los mil planetas

Valerian y la ciudad de los mil planetas propone un mundo de apariencia pacífica y naif, pero que esconde un turbio universo en el que Rihanna es condenada a bailar en un tugurio, dando a entender que bajo la capa de solidaridad que rige la ciudad Alpha siguen habitando las bajas pasiones, tanto humanas como extraterrestres. Pero Besson tampoco es un James Cameron de la vida dando sermones y es a través de lo visual como pretende trasladarnos su mensaje, haciendo uso de imágenes tan psicotrópicas como estimulantes.

Aun así, será poco probable, dado el escaso éxito de la propuesta, que Besson continúe indagando en estos mundos de los que mereceríamos ver más. Una lástima que de nuevo el público haya desechado una más que estimable oda a la fantasía y la aventura carente de cinismo.

 

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