Stockholm, la seducción como secuestro

El próximo viernes 28 de octubre llega a los cines la nueva película de Rodrigo Sorogoyen, Que Dios nos perdone, un thriller policial en el que Antonio de la Torre y Roberto Álamo se enfrascan en la búsqueda contrarreloj de un cruento asesino durante el caluroso verano que sacudió Madrid en 2011, justo antes de la visita del Papa Benedicto XVI. Mientras tanto, vamos a echar la vista atrás para rescatar el anterior trabajo de Sorogoyen como director y guionista (junto a Isabel Peña, que también coescribe el guion de Que Dios nos perdone), un film que, pese a las limitaciones de presupuesto propias de su financiación por “crowdfunding”, conquistó premios en el festival de Málaga durante su participación en 2013; obtuvo el Premio Feroz a la mejor película dramática; y logró llevarse el Goya al mejor actor revelación, además de dos nominaciones a mejor actriz y mejor dirección novel. Hablamos de Stockholm.

Stockholm

En Stockholm, Sorogoyen narra con dolorosa franqueza la historia de dos jóvenes que, tras conocerse fugazmente en una fiesta, comparten una noche de paseo nocturno y charla por Madrid. Él está locamente enamorado de ella, a la que acaba de conocer y ella esquiva sus acercamientos con evasivas que van perdiendo progresivamente la fuerza conforme entra en el juego psicológico de parloteo cautivador que él va diseñando. Luego llegará la mañana, pero eso es ya otra historia que no debo desvelar.

Tan cierto es que la idea que se desarrolla en Stockholm podría haberse condensado en un cortometraje (como J. Kramer, de Ernesto Sevilla López), como que la expansión de su premisa aporta un realismo aplastante a base de ilustrar la amalgama de estratagemas y engaños que, por desgracia, copan actualmente el vergonzoso colofón de las noches de ligoteo fugaz, caprichoso e impostado de una generación que oscila entre los veintitantos y los treinta y tantos. A pesar de ser una película generacional e ideal para jóvenes, su propuesta se extiende, por lo sencilla y reconocible que resulta la misma, a todo tipo de público.

Stockholm

Stockholm es una película de contrastes. Además de los más evidentes: “Él” (Javier Pereira) y “Ella” (Aura Garrido); la magia que acompaña a la noche y las revelaciones que trae el día; la amplitud de la calle y lo hermética que resulta la casa; también existe un contraste en su narrativa, partida en dos mitades abruptamente separadas y en la propia concepción de la película como la cara oculta de la comedia romántica actual. Porque donde otras películas apartan la cámara, Sorogoyen mantiene fijo el foco de su mirada, evitando en todo momento la pomposidad y el encanto de otras películas afines, como la trilogía que inició Richard Linklater con Antes del amanecer, limitándose a mostrar la complejidad natural de lo cotidiano.

Igualmente, hay que destacar la antítesis verbal que existe implícita en los diálogos, repletos de mentiras cementadas en verdades y de verdades emponzoñadas de mentiras, e incluso en la contradicción de la composición romántica de sus planos, deleitándose en lo banal, en la conversación vacía, manida y fingida que actualmente se identifica erróneamente con el arte del cortejo y la conquista, mientras la ciudad concede su escenario al filo de la madrugada.

Stockholm

Existe un último contraste externo a Stockholm pero inherente a su visionado, que se manifiesta en el espectador y en el cambio brutal que sufre su percepción sobre la misma en el momento en que esta, hacia su mitad, se parte en dos. Este contraste puede incluso aumentar su magnitud en un segundo visionado, en el que todo lo que ocurre adquiere una dimensión aún más evidente sin apenas perder un ápice de su magnetismo. Es entonces, en este contraste casi catártico y revelador, cuando se manifiesta de manera más directa el símil del secuestro, genialmente acompañado por la música de Gioachino Rossini, y se ligan los conceptos que dan título a la película con lo que hemos visto en pantalla; el síndrome de Estocolmo trasladado al quebrantado y postizo proceso de seducción. Y luego llega la mañana, pero eso, como ya he dicho anteriormente, es otra historia que no voy a desvelar.

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