Bob Dylan con The man in me al inicio de El Gran Lebowski ya lo dijo, el hombre que hay en mí puede hacer cualquier cosa; y aunque tras esas palabras se escondía una declaración de amor incondicional hacia una mujer, el protagonista de My own man – a la vez director, cámara y editor– se atreve a hacer cualquier cosa para encontrar a ese hombre que hay en él.
Vivimos en un mundo cuya imagen de lo correcto, en cuanto al género, se encuentra más difuminada que nunca y en esa línea aparece David Samplines, un hombre de 40 años que no se siente como un hombre. Aunque esta premisa pudiera acercarte al cine social que se empeña en acudir el Almodóvar más rancio, My own man trata otro aspecto, ese destinado a todos aquellos que no son machos alfa y no tienen un papel de líderes en la sociedad que les rodea. Esos otros hombres, que sin abandonar su heterosexualidad, quedan postergados a un segundo plano cuando la testosterona impera en el ambiente.
Así David, a través de entrevistas a amigos, familiares, situaciones que pondrán en juego su hombría –especial mención a la escena de la caza de un venado, desgarradora y que da muchas respuestas sin diálogo alguno– o a otros momentos íntimos con su padre –eje central en todos los problemas en cualquier buena tragedia que se precie– tratará de afrontar ese rol de hombre que la sociedad autoimpone y para el que no se ha preparado. Un papel cuya importancia acrecenta el hecho de ser padre primerizo, teniendo que inculcar él mismo el papel de macho dominante a su hijo. Entre los entrevistados, y productores, llama la atención la figura de Edward Norton –amigo íntimo de nuestro protagonista–, cumpliendo esa ley no escrita que proclama la aparición de un famoso en todo documental que se precie.
Un documental que nos invita a asomarnos a esa otra cara de los hombres, la más desconocida de cara a las grandes marcas y al marketing, pero esa que estamos acostumbrados a ver en el espejo cada mañana.
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RANDY MEEKS
Pablo Parrilla