Festival de Málaga 2018: MEMORIAS DE UN HOMBRE EN PIJAMA, anacronismo animado

Cuando hace unos meses, coincidiendo con la vuelta de Friends a la pequeña pantalla, se criticó su supuesta misoginia, muchos hablaron de un desfase generacional. «Eran otros tiempos», dijeron algunos. Hace un par de días vi por primera vez Cantando bajo la lluvia – hablamos de una película de hace más de 60 años-, y pocas son las palabras que describan el enorme ejercicio de abstracción que tuve que hacer para obviar el palpable machismo, que traspasaba la pantalla para abofetearnos a los espectantes como quien entra en la habitación de un adolescente desordenado. Pero, de nuevo, eran otros tiempos. Friends, a diferencia de otros (psst, Big Bang, esto te concierne), sabe castigar las actitudes perniciosas como las de Ross o, al menos, hiperbolizar actitudes como la de Joey para entender que estamos ante un personaje ajeno a otra realidad que no sea la de la propia ficción. La serie de Marta Kauffman y David Crane iguala el terreno, las recompensas y los golpes para ambos sexos, satirizando las conductas para que nos riamos de nosotros mismos. Eso ocurrió hace más de veinte años.

memorias de un hombre en pijama

Memorias de un hombre en pijama nace de la novela gráfica homónima de Paco Roca, donde el dibujante vuelve a satirizar nuestras diferencias con intenciones parecidas a las de Friends. Los guionistas de su adaptación cinematográfica, entre los que se encuentra el propio Paco Roca, crearon un hilo conductor para la amalgama de tiras y gags que conforman la vida del «hombre pijama» y su acompañante Jilguero a modo de comedia romántica al uso. El desarrollo ya lo conocemos: chico conoce a chica, a chica le deja el novio, sale con chico, y todo va bien hasta que no va bien. Hasta ahí todo correcto, sencillo. Vayamos ahora con los problemas.

En una comedia, por muy mala que sea, si el chiste está bien escrito va a haber risas en una sala de cine. Es el <<efecto sala>>, el contagio de la risa. Es por eso que este género, junto al terror, es el que más sentido tiene en una sala de cine. Sin embargo, el frío recorría la sala como un incómodo cuchillo, apenas roto el silencio por alguna risa oportuna de algún espectador identificado con la situación. Los chistes, como el guión, se antojaban sorprendentemente flojos y obsoletos, carentes de sorpresas o giros interesantes. La atmósfera no terminaba de cuajar a pesar de la buena resolución de algunos gags. La narración en imágenes acompañaba a la perfección durante toda la cinta, con precisión quirúrjica, mas nada quedaba para impresionar al respetable. Quizás no hubiera lugar para la sorpresa, igual todo era ya conocido. El gran problema de Memorias de un hombre en pijama es la obsolescencia, y ya no hablamos de su estructura narrativa o de los chistes. Hablamos del discurso.

Con el resurgir de los discursos feministas en los medios de comunicación de masas, entrar en estos temas es siempre un asunto peliagudo. Ante el temor de la ofensa, ¿se habrán atenido los guionistas a un terreno más conservador? Memorias de un hombre en pijama aborda como tantas otras veces al personaje hiperbolizado, a la misoginia evidente, a la empatía por un personaje tan errado en su concepción mental que nos genera antipatía y pena al mismo tiempo. La trama apenas se sale de lo que ya hemos visto en otras tantas ficciones, tanto es así que acabamos ante una cinta anacrónica con la que es bastante difícil empatizar más allá de reconocer típicas situaciones de un ser humano de mediana edad. ¿Es suficiente eso acaso, reconocer una actitud de un colega en la pantalla para volcarte por completo en lo que ves?

Memorias de un hombre en pijama

Es inevitable, con esto, no volver al principio, a la abstracción mental. Memorias de un hombre en pijama es tan fruto de su tiempo como Friends o Cantando bajo la lluvia, pero no es fruto de nuestro tiempo. Es un discurso que tendría su validez hace 20 años o más, cuando las actitudes que hoy destacamos como negativas antes pasaban algo más desapercibidas. No obstante, aunque ejerzamos ese esfuerzo mental de separar el mensaje de la forma, tampoco nos hayamos ante nada excelso que nos permita apreciar las virtudes de una película de animación sin sustancia. Ya no estoy seguro de si es falta de amplitud de miras o temor a expresarse por sí misma, pero más allá de todo este asunto había más palos que tocar y reflexionar. La propia esencia del «hombre en pijama», que simboliza a esa nueva especie urbana – la del trabajador independiente en su hábitat, que trabaja desde casa a su ritmo y confort en contraposició al currante callerero-, es un tema que no ha tenido lugar hasta ahora. Sin embargo, ahí lo tienes, resumido a un simple gag. No hay una intención de ir más allá, de expandir conceptos, de subvertir más allá de lo ya subvertido, de experimentar con la animación, todo es plano.

Memorias de un hombre en pijama no se diferencia en nada de lo que otras tantas películas festivaleras ofrecen, y si no hay diferencia, no hay recuerdo. De nada habrán servido las ilusiones de tanta gente, sólo para la anécdota, sólo para recordar que hay una nueva película sobre la obra de Paco Roca. Bien por él, mal por todos.

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