Juana a los 12

Juana a los 12, el silencio y las palabras de la adolescencia

Podría parecer que tras el milagro de Boyhood, momentos de una vida ya está todo dicho sobre el sutil y fundamental paso de la niñez a la adolescencia. La película de Linklater trascendía tantos parámetros que cualquier otro acercamiento podría parecer baldío. Este viernes llega a nuestras pantallas la película argentina Juana a los 12 que propone un retrato de una chica, Juana, y su complicada vida al cumplir doce años.

Juana a los 12

La película de Martín Shanly entra en la vida de Juana, una algo problemática niña de 12 años que estudia en un colegio británico; no va demasiado bien en los estudios y su madre intenta buscar soluciones que van desde clases particulares a visitas al psiquiatra. En realidad, los problemas de Juana se caracterizan por un continuo deseo de llamar la atención ante un entorno poco comunicativo. Así, los dos idiomas usados en la película, el español y el inglés, sirven como metáfora ante la incapacidad comunicativa tanto de Juana como de los que le rodean. Sin un hilo claro, asistiremos a diferentes momentos de la vida de Juana sin que llegamos a detectar, pero sí intuir, cual es el verdadero conflicto que aqueja a la joven.

Tanto los múltiples silencios en soledad como las diferentes charlas por parte de padres, profesores y amigos de Juana en poco ayudan a comprender qué pasa por la cabeza del personaje principal. Aquí radica uno de los grandes aciertos de Shanly: la mente de Juana sigue siendo un misterio una vez acabada la película y abre diversos cauces imaginativos para divagar acerca de qué será de Juana una vez pase los doce años. Este espacio abierto es en realidad el mundo cerrado de Juana, un personaje nada simpático que ni el director ni la actriz Rosario Shanly se esfuerzan por que nos caiga bien, aunque la empatía es más que clara.

Juana a los 12

Juana a los 12 logra además evitar la condescendencia de la mirada adulta hacia la adolescencia mediante la observación de los rituales académicos y la mirada hacia los rostros distraídos y confundidos de los jóvenes. Martín Shanly no pontifica, aunque sus personajes adultos a veces lo hagan, lo que hace a Juana a los 12 una más que estimable muestra de un vistazo a una edad que necesita ser pensada a menudo. Aunque en realidad no estoy seguro de que podamos hacer mucho los adultos que a veces olvidamos que nosotros también tuvimos doce años.

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