Sin fin

Festival de Málaga 2018: SIN FIN, la fuerza del destino

Algunos creerán que ir a un festival de cine es como irse de viaje, que vas para disfrutar y ver películas gratis. Pues mira, tampoco es eso. Es una magnífica experiencia, siempre positiva, pero ver hasta 4 películas diarias con sólo unas cuantas horas al día para escribir sin que las críticas se acumulen y que las películas se mezclen en tu cabeza denotan que hay un trabajo exigente detrás del aparente placer. Al final, tras seis películas de dudosa calidad, más o menos densas o pretenciosas, la comedia más simple termina por convencerte más que cualquier dramón – ahí están las inagotables risas de Mi querida cofradía. Este año no he llegado a tener esa comedia que aliviara mi mente por un rato, pero quizás Sin fin sea lo que más se haya acercado por mostrar una ligereza y sencillez que, pese a sus defectos, funciona.

Sin fin

Sin fin cree en las parejas complementarias: él es científico, racional y metódico; ella es actriz, visceral y ocurrente. Todos son elementos bastantes evidentes, pero funcionan a la perfección a la hora de presentarnos una primera cita que, fácilmente, hará las delicias del respetable. La película de los hermanos Alenda es deudora de películas cómo ¡Olvídate de mi!, donde el guión actúa a modo de muñeca rusa para ilustrar el contraste y definir una relación que pasó del cariño al distanciamiento. Los detalles que definen a ambos individuos y los motivos de su separación, columna que sostiene el desarrollo de la trama, consisten en una enumeración de gestos y detalles sensibleros pero que, en conjunto, funcionan. Sin embargo, la cinta no va mucho más allá hasta el giro del nudo. En general, Sin fin carece de la profundidad o complejidad de filmes similares, lo cual puede dejar colgado a algunos espectadores que esperen algo más.

Esta, además, es una obra carente de expresividad en las imágenes. Como tantas otras en este festival, prima la cámara al hombro y primeros planos, sin que la realización de lugar a jugar con la composición de la imagen o, sencillamente, apostar por una puesta en escena. Las imágenes dejan de narrar por sí mismas a buscar una «belleza» que ralla en lo genérico y redundante.

Sin fin es entretenida y emotiva, pero sin llegar más allá pese a la multitud de referentes que puedan haber servido para su elaboración. Una apuesta segura si buscas una película férrea en su planteamiento, a pesar de sus múltiples defectos que convierten la opera prima de los hermanos Alende en un film olvidable.

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