FANCINE 2017: THE LODGERS y el saber hacer

El terror en el cine ha visto tantas facetas que ya es difícil recordar las viejas historias. Sin embargo, aún compartimos un cierto gusto por lo antiguo, por el encanto del ayer, y cada cierto tiempo aparecen obras que nos lo recuerdan. The lodgers es una de esas películas. Parte de la novela gótica de finales del XVIII y principios del XIX, de esas historias británicas de fantasmas tan deliciosas, y su estética se ajusta por completo a esta idea.

The Lodgers

Brian O’Malley es un director formado en valores académicos. Sus imágenes mantienen una paleta de colores agradable basada en los complementarios (naranja – azul, rojo – verde), mientras que sus composiciones a remiten a distintos referentes pictóricos del XVIII y XIX como las «odaliscas», sin olvidarnos tampoco del gran maestro Kubrick. El irlandés es detallista y habla en imágenes: da pistas y predicciones de vez en cuando y cuida la imagen guardando el decoro. Con tales características, O’Malley construye un ambiente opresor y encantador al mismo tiempo, valiéndose de recursos románticos como la ruina y un estilo artístico clasico en la arquitectura y la decoración.

La película tiene todos los elementos para crear una historia espeluznante y bella, con una premisa muy interesante que mantiene todas las características de una novela gótica, además de referentes y guiños oportunos. Al mismo tiempo, la trama de The lodgers comparte ese miedo y crítica que la sociedad burguesa del momento reflejó en su literatura, al criticar la endogamia aristocrática y al reflejar la desconfianza del irlandés hacia el que se siente superior.

The Lodgers

Con tales virtudes y referentes, es una lástima que la ejecución del film sea tan errática. La película comienza por todo lo alto, exponiendo la situación de los protagonistas que habitan la casa encantada y, casi sin darnos cuenta, estamos dentro de su juego y notamos el peso de su ambiente. No obstante, los recursos de O’Malley son limitados a la hora de mantener el suspense. El irlandés repite los mismos tropos con un ritmo acelerado que no ayuda a construir el momento para sobrecogernos, lanzando sustos bruscamente sin construir. Los fantasmas carecen de una presencia notable: están ahí, hacen cosillas de vez en cuando, pero rara vez los vemos como algo peligroso.

Todo ello se agrava hacia la mitad de la película, cuando la relación entre la protagonista y el mozo del pueblo se afianza, momento en el que la atmósfera opresiva se disipa por completo para dar paso a una exasperante exposición que descubre prematuramente aquellos aspectos que deberían haberse revelado poco a poco. Estos monólogos son, a su vez, innecesarios, pues no hace sino repetir lo que O’Malley muestra más adelante de una forma más sutil. Es una forma horrible de sacar al espectador de la película, pues te cargas no sólo el ambiente sino también el misterio y, con ello, el interés.

En el fondo, es un problema de tiempo o, más bien, de mala gestión. La película da excesiva presencia a personajes que aportan lo justo a la narración y poco margen a lo que ocurre en la casa. Si nos hubiéramos olvidado de ellos, a la vez que la insensata manía de la protagonista de contarle al primer desconocido que pasa los pormenores de su familia, hubiera habido tiempo suficiente como para que los fantasmas se luzcan, la atmósfera no te soltara, los arcos evolucionaran paulatinamente y mucho más. The lodgers es un despropósito a nivel narrativo y me apena porque tiene un gran potencial. Se nota que sus responsables sabían lo que querían, pues se han empapado de todo lo que rodea a este tipo de historias, pero como suele pasar en este medio, la intención no es suficiente: tienes que saber hacerlo.

 

 

 

 

 

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